lunes, 19 de noviembre de 2012

CHUMUL DE CUENTOS


GLOSARIO



*Definiciones extraídas del diccionario de la Rial 
Academia de la Lengua Frailescana

adj. -adjetivo 
f. -sustantivo femenino 
m. -sustantivo masculino 
n. p. -nombre propio 
onom. -onomatopeya 
sinon. -sinónimo 
v. -verbo 
interj. -interjección 
fr. -frase


ah pueee’* interj. Voz de apuración que te invita a no se’ lento. 

al saber* interj. sinón. No lo sé. // Término cierto de algo incierto. Tan puede que sí o puede que no a lo mejor quién sabe, como dijera Julio Guzmán. // Expresión de duda cierta. 

anémio adj. Anemia pa’ las chuchas; anemio pa’ los chuchos, ¡se entiende hombre!

apersogar* v. Práctica que consiste en amarra’ tu caballo en un lugar donde pueda come’ algo mientras se trabaja. // (lo llevaban bien a.) Lo conducían sujeto firmemente por la nuca.

B

barraquito sinon. Hombrecito o machito desde chiquito. 

bitáfono m. Micrófono ejidal. 

bolo* m. sinón. Borracho. // (cagado de b.) Estado del más alto grado de nitidez mental en que te entregan, después de toma’ nomás dos. // Oportunidad única pa’ mira’ el cielo desde el suelo.
bolona f. Dulce frito con bastante azúcar, les sirve a los diabéticos para suicidarse en lugar de pistola o Gramoxone. 

Bolonchón n. p. Baile autóctono de Chiapas. // Apodo de un compa que hizo profesión el ser estudiante.
botaneo v. ¡No jodás!, acción de comer sabritas o, ¿sabriteo?


Cacabola* m. Sobrenombre reversible de ilustre boxeador regional, que al bajar noqueado le gritaban su apodo al revés. // Chocomilero precursor de la malteada, que se le infló los cachete de tanto traga’ saliva al ponerle la canela. 

cacaloteado adj. Estado físico lamentable. // Si es llanta se dice lo rodaron pachi.

Cacha‘ehueso f. Sobrenombre de la pistola de Raúl de Coss. 

cacheteado adj. Que la vida te ha maltratado, o bien, que te dieron un tu chingadazo por anda’ pidiendo prueba de amor a la novia.

canía* f. sinon. Canilla. // Hueso arribita del pie, que conecta directamente con la vejiga, puesto que cuando lo golpeás y hasta gana de orina’ te da. 

caulote m. Árbol que normalmente no te da ni sombra, tapaculo es su fruto, que sirve pa’ lo que dice.

cazueleja* f. Pan que vendía doña Tancha (la Mirelousté) que de por sí siempre estaba galán. // Pan hechizo en lata de sardina. 

chanfaina* f. Comida autóctona de fiesta, hecha a base de vísceras de res, que nomás a nosotros nos gusta.

chele* f. Lagaña de la chelonera.

chiapamanía f. Manía que tenemos los chiapanecos de ayudarnos entre nosotros y que nos permite llenar la oficina de paisanos cuando conseguimos un buen puesto fuera de Chiapas, sobretodo, en el Distrito Federal.

chibolona* f. Canica más grande de lo normal que las vendía don Chus Neria y que casi siempre la traías chachamoleada. 

chiclán adj. Con un solo coyol. Si te faltan los dos sos chiclanazo.

chipilín con bolita m. Bolitas de masa mezcladas con hojitas de chipilín y queso, bañado con un caldo espeso de lo mismo, después de comer esto unas tres veces, tu cara tiene que agarrar toda la forma de un tol de Chiapa ‘e Corzo, si no es así, entonces, está mal preparado.

chipilín* m. Voz de origen tsotsil, la hierba de la fuerza. // Planta tan apreciada como alimento que es equivalente a la espinaca de Popeye.// (El Ch.) Apodo de conocido villaflorense.

chiquitío adj. Tamaño de tu pajarito cuando hace mucho frío. 

chiquititío adj. Tamaño de tu pajarito cuando ya está nevando.

chirivisco sinon. Matorral sin gracia ni nutrientes, que ni los herbicida lo mata. 

chirmol* m. Último rescoldo cuando comés taco con las cochitera. // Juego de conquián con los Zuarth. 

chojado* adj. Cuero arremangado. 

chorcha f. Ave que vuela bajo y hace su nido en la cabeza de los que no se peinan. 

chuchada Un montón de chuchos, o modo de enamora’ de un pendejo. 

chucho* m. Perro. // Animal que antes ni caso le hacían y ahora hasta médico tienen. // (es muy ch.) Que hace trampas o bien que toma o que come mucho. 

chulo braguetazo fr. v. Acción que empieza o termina en el registro civil que de golpe te coloca ‘onde hay paga. 

chumul* m. Envoltorio de ropa que no se lava en casa. 

chungún* onom. Panzazo en aguas del Matzumón. 

cocha enfrenada f. Espanto rural que cayó en desuso en cuanto llegó la luz eléctrica. 

cocola f. Primordio del zule. 

copetiar v. Rebosar algo hasta mero arriba, ponerle copete a la comida.

coyol m. Fruto de una palmera (coquito). // Dulce rural reciclable. // Nombre que se la da a un testículo. 

coyol sin juicio fr. Club exclusivo de los hombres culecos o arrechos. 

coyoliar* v. Movimiento del ojo coqueto del frailescano que no está bizco. // Ojo en movimiento cuando mirás una jonisuda.

Cristóbal Obregón n. p. Se dice que este pueblo es híbrido, porque cuando lo nombraron, la mitad de de los habitantes quería que se llamara Cristóbal Colón, y la otra mitad quería que se llamara Álvaro 

Obregón, por lo que haciendo justicia se le nombró Cristóbal Obregón. 

cruquete adj. Estado intermedio entre crudo y cuete.


danta* sinón. Tapir, herbívoro gordo y penco. // Nombre muy bueno para acomodarlo de apodo (idiay vos fachota de d.)


emprestar v. Dar algo en préstamo. 

ensalada Rusa estilo Viaflores f. fr. Esta es exactamente como lo hacen en Villa Corzo, con la única condición que sea hecha en Viaflores.


fachota* adj. Comparación despectiva usada en una metamorfosis gradual. // Comparación tomando lo más próximo y más jodido que encontrés (f. de mi jonís y salgo perdiendo).

fiero* adj. Poco agraciado, narizón y trompudo. // Grado de dificultad de un asunto en el que los licenciado vuelven a pedí paga (va’sté a ve’ que ya se puso f. el asunto)



Gabino Barrera n.p. Idiay, ni modos que no sepás que este amigo no entendía razones andando en la borrachera y dejaba hijos por ‘onde quiera. 

galán* adj. Sinón. Calidad (¿va‘sté a queré pan?, ¡‘ta bien g.!). // Entre más gordo mejor.

gañotío del boje fr. m. Lugar muy cerca de donde nace la tos. 
garrapata coyolera fr. f. Garrapata chiquita que anida ahí cerca donde están los hijito.

güegüecho* sinón. m. Bocio. // Bolota que salía en la base del pescuezo y que desapareció cuando nos empezaron a da’ rábano yodado. 

guineo macho m. Fruta de doble propósito, llena y complace (¿’caso hay guineo mampo?).


humm* interj. Pujidito tipo Pereira con interrogativo. 

hurracarrana f. Llave de lucha libre inventada por el gran Huracán Ramírez; cuando la aplicaba no te soltabas nunca, parecida a cuando te pepena un prestamista.


idiay* interj. Saludo oficial de los político chiapaneco.


jaragán adj. Un grado más de haragán. 

jariosa adj. Estado de calor de las chuchas de cualquier especie. 

jedor (jiede) m. Tufo que agarra uno después de una semana sin bañarse, ni cambiarse la ropa. 

jijuelajijurria interj. Algo parecido a jijuelajodida. 

jocote* m. Fruta asilvestrada mal llamada en otros lados ciruela. Se come verde, sazón y maduro, si es que llega a estarlo. Con trago es curtido. 

jolote* m. Mini avestruz de traspatio que al igual que la cocha enfrenada que se convierte en gente, éste en diciembre, se convierte en pavo. 

jonís* m. Parte discreta y terminal del sistema digestivo. // El término se amplía considerablemente cuando al referirse a una jonisuda, incluye también el área circunvecina. // Zona de placer del mampo y último rincón del cuerpo donde hace remolino el cuero. 

juelgo* v. sinón. Respiración. // Expresión técnica y estratégica del entrenador frailescano. // (me tapó el j.) Golpe dado en la mera boca del estómago con el que te cortan la respiración.


La Virgencita n. p. Cerrito cerquita de Villaflores, en donde todos los año, los bolo le van a promete’ a la virgencita que ya no van a echa’ trago. Hay mucho palo de nanchi por ahí. 

lima de chichita fr. f. Lima que tiene una protuberancia, si tiene dos chichi, entonce es Lin May. 

lorada f. Un chingo de loros.


machón adj. ¿Macho?, ¿macho?, no... machón únicamente. 

mamadón adj. Que estás agarrando toda la fachota de Jorge Rivero en sus buenos tiempos, no como está ahorita. 

mampara* f. Biombo regional con el que de una habitación sacas dos y que te dejan oír pero no ver.

mampo* m. adj. sinón. Volteado, marica, homosexual, gay de pueblo. Según el prestigiado galeno y filólogo por afición, Dr. Garzón, este adjetivo tan común en la Frailesca, puede haberse derivado de mamporrero, término que según la otra academia, aludía al peón de campo que en el momento en que el garañón saltaba sobre la yegua, le ayudaba dirigiendo el pene (el del caballo) al lugar adecuado para iniciar la cópula.

mancerina* f. Ecotaxi pa’ bolos, también llamada carretilla. 

Mapechiapa m. Apodo del Pichirilo, o sea apodo del apodo.

Matzumón n. p. m. Pedacito del río Amate que antes tenía harta agua.

mmm-jú* interj. Pujido cuachi con el que se indica estar de acuerdo.


nambimbo* m. Árbol de pequeños frutos usados como pegamento rural que nada tienen que ver con el pan Bimbo. Con este árbol no aplica eso de que al que buen árbol se arrima buena sombra lo cobija.

Nambiyuguá m. Nombre del Cerro del Mono Brujo, si quieren saber más, háblenle a Rodi Ovando. 

nana (nanita) f. sinón. Mamá. 

nanero adj. Que tiene el síndrome del pañaludo.


ñengue* adj. m. sinón. Raquítico, desnutrido, debilucho.


pecata minuta fr. f. sinón. No hay pedo. 

pichancha* f. Macetera colgante con harto hoyito por todos lado, que todo el día tiene sucio y mojado el piso del corredor. 

plan pa’rriba fr. sinón. Subida plana. 

pochoroco* adj. Made in china. 

poquititío m. Lo que das de limosna en misa o pa’ la Cruz Roja.

porraceada f. adj. Si vos la diste, es una gran chinga, si a vos te la dieron, fue un resbalón. 

pue’ interj. palabra que sirve pa’ cualquier cosa, sobre todo cuando no querés decí nada.

pum interj. Una pluma ruidosa, espero que no pidás definir pluma, porque entonces te voy a preguntar, ¿qué pedo? 

punchi m.- Batido con molinillo que lleva leche, azúcar, dos yemas de huevos de cualquier especie, si es de avestruz únicamente una yema, y por último, un chorrito de aguardiente, como consecuencia te da chorrillo, o bien te sirve como Viagra.


qué ya yo* interj. fr. Expresión coloquial dubitativa de origen piñeico, usada por quien pretende hacerse el sorprendido ante un nombramiento o propuesta inesperada.


raliar v. Acción de hacer unos cortes al pescado para que al freírlo penetre el aceite galán. Aunque también se ralean algunas frutas para acelerar su madurez, como la papaya. 

Rascapetate m. Baile regional. Ocupación de un totoreco. 

rasquita* adj. sinón. Buscabullas, provocador, fácil para el pleito.

retajila f. Un montón de lo que sea, pero alineados. 

rial adj. ¿Idiay pue’?, ni modo que no lo sepás.

riuma f. Como la reuma pero con más dolor. 

ropa vieja f. Comida usual en el centro del país, pa’ nosotros es ropa usada y jodida que no se come. 

Rusia n. p. f. República vecina de Villaflores.


saqui m. Frijol entero de la olla que lleva varias recalentadas. 

sencillaje m. sinón. Cambio, calderilla, monedas de baja denominación.

sopa de gato f. fr. Esta sopa consta de tiras de tortilla frita con frijol caldoso, crema y queso a discreción, e identifica a un frailescano porque somos los únicos que, al estar comiéndolo abrazamos el plato y únicamente a garrotazos nos lo pueden quitar.

sopa de pan f. fr. Esta sopa contiene pan francés, plátano frito, pasas, rodajas de huevo cocido, y ¡al saber que más!, después de dos platazos de este exquisito manjar y un par de Alka Seltzers ya no le pedís nada a la vida.

sopapo* m. Golpe con la mano cerrada, tipo chachaguatazo; usualmente dado o recibido en pleitos de cantina.


tasajo* m. Carne de res secada al polvo. Su cuidadosa preparación era parte del ritual con que se alistaba la vestimenta para viajar en la antigua ruta comercial Villaflores-Arriaga. // adj. m. Sobrenombre de prestigiado mentor y fallido político. // adj. Término muy utilizado en las reprimendas paternales, dirigidas especialmente a los adolescentes abúlicos o perezosos, cuando se acompaña de jijuelachingada vas a ve, generalmente significa el fin de la putiada.

tascalate m. Polvito color ladrillo que se toma mezclado con agua y refresca sabroso, mezclado con leche también es sabroso, pero procurá que haya un baño cerca. 

tatarata* adj. Falto de equilibrio, de movimiento errático y poco predecible. El termino se aplica con frecuencia para señalar el paso inseguro del bolo, cuando según él va pa’ su casa.

tichanila m. Dícese de la llorona chiapaneca, ésta se lamenta ¡ay, ay, ay... ¿’on‘tan mis hijito pue’? 

timpinchile m. Chile bolita que nace en arbustos en el monte que pica sabrosón y no pagás factura después.

toro pinto m. Tamal que lleva frijol saqui en vez de carne. ¡‘ta bueno, ve! 

trabado* (trabadón) adj. (bien t.) Bien chipilineado, fornido o de complexión atlética. // sinón. Atorado 

tunco* (a) adj. de baja estatura. // El que carece de una extremidad. // adj. Corto. // Dícese del machete que por desgastarse ya es de corta dimensión.


usté* pronombre personal de sumo respeto, el más alto en esa gradación, donde le sigue el usted, luego el tú y al último el vos.

28. EL AGUILA GURGUA

En lo que concierne a las águilas, sé que existen variedades como el águila rial, el águila calva, el águila arpía, el águila o sol y el Águila Gurgúa, aquel legendario boxeador originario de Cristóbal Obregón que daba sangrientas peleas en que normalmente la sangre era de él. 

Una mañana que visité a mi compadre Marco Antonio Besares en la Notaría que tiene en Villa Corzo, noté una figura rara que estaba sobre una mesa, me quedó viendo fijamente al pasar y sentí que me saludó al más puro estilo frailescano con un “¿idiay viejazo?” 

—Compadre, ¿qué jodido es eso? —pregunté. 

—Vieras que un cliente que es tallador de madera no me pudo pagar mis honorarios, y en señal de la buena intención que tiene de liquidarme pronto, me trajo esta bonita pieza escultórica que representa a un ave de la familia de las aguiláceas. 

—¿De qué familia decís que es? —Ah olvidalo, ¡es un águila y ya! —Qué bonita águila —susurró Dora Celina por cortesía. Con el oído de tísico que tiene mi compadre Marco Antonio, salió disparado emulando al famoso Águila Gurgúa, agarró el armatoste que tenía en la mesa y me dijo: 

—Compadre, ya que en Navidad no te regalé nada, y viendo el impacto que esta hermosa pieza escultórica despertó en mi comadre Dora Celina, recibí de mi parte este obsequio. 

Cuando me di cuenta ya traía entre sus brazos cargando como niño Dios, al águila de la familia de las aguiláceas, preguntándome: 

—¿’Onde lo pongo? —Pues si no es mucha molestia llevámelo al carro. Caminó unos metros, lo miré de reojo porque oí que iba pujando, así que pregunté: —Oí compadre, ¿como cuántos kilos pesa el águila Gurgúa que con tanto gusto y generosidá me estás obsequiando? 

Sin darme cuenta, el pajarraco ya había quedado bautizado. 

—Bueno, en ayunas unos treinta kilos más o menos. —En ayunas ¿el que lo carga o el águila?, compadre. 

—Por supuesto que el cargador, después del desayuno ya sentís que pesa como veintinueve kilitos; vas a ve’ compadre que hace unos días entraron a robar a la oficina, y lo único que dejaron los ladrones fue precisamente el águila. 

—¿Por qué pensás que no la robaron? —pregunté. 

—Porque es el águila de la suerte —dijo muy serio sin aclarar si era de la buena o de la mala. 

Así fue como llegó el águila Gurgúa a mi casa y posteriormente a mi oficina. Debo decir que el tallado de la madera, que seguramente es palofierro porque parece palo pero pesa como fierro, está bastante bien realizado, sólo que el escultor le colocó un par de ojos de plástico y la parte negra del ojo o sea la pupila, es móvil, es decir que le coyolea el ojo cuando se mueve, además de que el pico en la parte superior le quedó chato al tallador, de seguro porque se le acabó el palo y el fierro también. 

La coloqué enfrente de mi mesa de trabajo y agarré la costumbre de platicar con el águila cuando estoy solo, o al menos cuando creo estar solo; así que el otro día le dije: 

—Oí vos Gurgúa, ¿cómo lo mirás el asunto que me planteó este salado? —me quedó mirando como diciendo “¿Y vos cómo lo ves?”. 

Le platico y normalmente no me contradice, siempre está de acuerdo conmigo. Hace unos días, cuando estuvo de visita el licenciado Quintín, famoso leguleyo costeño, observaba continuamente al águila y enseguida me veía con inquietud, cuando le pregunté si le pasaba algo, sonrió y dijo: 

—Va usted a ver médico, que hace unos días estaba viendo una película de espías, en ella el jefe de la organización tenía en su oficina un águila muy parecida a ésta, y ¿qué cree? 

—¿Qué? —pregunté. 

—Pues que en el pico tenía escondido un radio- receptor minúsculo, con el que el jefe de la banda grababa todas las conversaciones. 

—Espero que no vaya usted a pensar que tengo algún interés en grabar las babosadas que está diciendo. 

A partir de ese día, en mi oficina comenzó a circular el chisme de que en el pico del águila Gurgúa había escondida una grabadora, chisme que creció cuando coloqué al águila arriba de la mesa de trabajo, en la que normalmente recibo a los que quieren hablar conmigo. 

El otro día llegó a verme Carmenza, una secretaria a la que no puedo colocar en ningún puesto, porque a la semana siguiente viene su jefe inmediato a dejármela de nuevo, diciendo que prefiere estar solo que con ella. 

—Jefe —me dijo—, ¿puedo hablar a solas con usted? 

—Por supuesto que sí, en qué te puedo ayudar —pregunté. 

—A solas —recalcó señalando en dirección donde se encontraba el águila—, no quiero que ese tal Gurgúa me esté mirando y escuchando, mientras platico con usté. 

—Ta’ bueno —dije. 

En ese momento comprendí hasta dónde había trascendido lo del micrófono escondido en el pico del águila; agarré mi paliacate y le tapé la cabeza al águila. 

Carmenza comenzó a decir que se sentía incomprendida por todo el mundo, pero antes jurgó con el dedo el interior del pico para cerciorarse que no había micrófono; Carmenza prosiguió diciendo que nadie le hacía caso, que nadie la escuchaba, ya había hecho el intento de suicidarse, colgándose del pescuezo con un mecate en el corredor de su casa, pero como no podía respirar, optó por colgarse mejor de la cintura; así estuvo colgada varias horas y nadie se dio cuenta de eso. 

No pude dejar pasar la oportunidad de hacer algo que la ocasión me ponía en bandeja de plata, poniendo cara de distraído dejé de mirar hacia la ventana, volteé a mirar a Carmenza y dije: 

—Perdón, me distraje, ¿podrías repetirme lo que acabás de decir? 

A Carmenza se le erizaron los cabellos, se levantó y salió de la oficina rápidamente, no volví a verla hasta que le di el nombramiento como jefa de un departamento de asuntos de relativa y mínima importancia, con lo que se sintió valorada y comprendida. 

Hace poco estaba concentrado leyendo un oficio importante, cuando sonó el teléfono directo que está sobre mi escritorio, pensé levantar el auricular para contestar pero no lo hice y grité ¡bueno!, al darme cuenta de la pendejada que acababa de hacer, levanté la vista todo chiveado, la única que me miraba muy seria era el águila Gurgúa, afortunadamente no había nadie más en la oficina, miré al pajarraco y le dije: 

—‘Onde te riás cabrón, te quemo; al fin que mi compadre Marco Antonio me dijo que el que te hizo no le paga la deuda todavía, pero ya le llevó otra águila más bonita que vos, y me preguntó si me gustaría tener la parejita, por cierto Gurgúa ¿sos barraco, sos hembra o sos mampo?

27. TIO LACHO

Cuando falleció el tío Lacho, marido de la tía Celeste, dejó en herencia una gran cantidad de títulos que acumuló a lo largo de su vida, entre los que destacan El gran comendador de la Orden del Butaque sin Pelo, este grado lo alcanzan únicamente los que logran dejar lisitos tres butaques de auténtico cuero de jabalín; también fue presidente honorario de la cofradía de los Grandes domadores de hamaca; y fue autor de la Guía rápida para desdoblar una perezosa en diez segundos. 

Por eso cuando la tía comenzó a decir entre llanto y suspiros que el tío Lacho había sido un hombre bueno, todos estuvimos de acuerdo; cuando gritó que había sido un marido leal, algunas de las asistentes empezaron a ponerse nerviosas; al decir que el tío Lacho podía descasar en paz porque se fue sin deberle nada a nadie, ya nos mirábamos todos con bastante alarma, y llegamos a la conclusión de que todos los lacitos que dejó colgando el tío, ahí se iban a quedar in saecula saeculorum, como decía el cura. 

Cuando afirmó que el difunto había sido un hombre trabajador, el compadre Abel Moreno ya no se aguantó, y le dijo a Gume, el hijo mayor del tío Lacho: 

—Oí vos Gume, llamaras al doctor pa’ que le siga haciendo la lucha a tu papá, ya que si es cierto lo que está diciendo de él tu mamá no lo debemo dejá ir; ahora, si es el tío Lacho que yo conocí, ahí en su caja está a toda madre.

26. TIO CHEPE

Tío Chepe, líder moral, político, religioso y social de Cristóbal Obregón, único pueblo híbrido de nuestro estado, fue designado orador en la inminente visita que el candidato a Presidente Municipal realizaría en los días por venir. 

Él con su acostumbrada vocación política, asumió esta responsabilidad con una febril actividad, mandó a hacer unos arcos con flores de papel que decían “Bienvenívido trívido nívido”, ya que acababa de ver una película mexicana donde unos cómicos cantaban una canción que decía así y le había gustado. 

Compró tres docenas de cohetes en Villaflores, no sin antes advertirle al cohetero: 

—Ve compa, a ver si ahora sí me vendés unos cuete que truenen, no que la última vez que te compré tus cuete, en la mano del cliente se quedaban, no se elevaban y lo único que pasaba era que apestaban harto a pólvora, pero no volaban, ni tronaban. 

—Pues claro tío —le contestó el encargado de la cohetería El Tronido—, claro se lo dije que estaba usté comprando cuete de tercera y ésos únicamente tienen una baldadita de pólvora, ‘ora que si le pone usté más paga, le doy éstos que les puse de nombre sección “spuknik”, éstos suben tan alto que no se oye el ruido, únicamente se mira una bolita de humo. 

—Bolita de humo ¡Mi coyol izquierdo! —sentenció tío Chepe dando por terminada la plática. 

Don José Flores, tío Chepe, originario de Chiapa de Corzo, hermano menor de mi abuela María Cruz Flores, era de baja estatura, moreno, enjuto e invariablemente traía un morral al hombro en el que metía sus encargos cuando llegaba a Villaflores. 

Hombre mal hablado pero simpático, tenía unos ojos pequeños muy vivos y todas sus ocurrencias las decía muy serio, de carácter seco pero adoraba a su hermana a la que respetaba sobremanera, y era a la única a quien trataba con mucho cariño. 

Su filiación política era de izquierda, pertenecía al Partido Popular Socialista, y peligraba la integridad física del que hablara mal de don Vicente Lombardo Toledano. 

Llegó el esperado día de la visita del candidato a Presidente Municipal y ahí se encontraba tío Chepe, listo con su discurso. Aquel día vestía su infaltable camisa blanca de manga larga, pantalón negro y zapatos negros bien boleados, sombrero de palma arriscado y sus lentes bifocales. 

En cuanto llegó el candidato le tocaron las dianas de rigor con la marimba de la colonia, y un movimiento de la mano de tío Chepe, como un gran director de orquesta, silenció a los músicos. El escenario estaba listo para iniciar el mitin político. 

El aparato de sonido que estaban utilizando, era el que se usaba en el pueblo para anunciar cuando alguien mataba cochi o res, y estaba en la cantina en una esquina del parque, así que sacaron el puro bitáfono a la calle, y en un improvisado templete de madera se paró tío Chepe y empezó su perorata: 

—Pueblo jovial — pero no se oyó nada. —Pueblo jovial —repitió. Tampoco se oyó nada. —Pérese usté tío —dijo alguien—, lo van a conecta’ el aparato, cuando yo le haga una señita empieza usté. —‘Ta bueno —contestó tío Chepe, esperó pacientemente un buen rato, de repente dijo —¡Y a qué horas se compondrá esta chingadera! En ese preciso instante, se abrió el sonido y todo mundo oyó la última frase; pero el tío no se dejaba vencer tan fácilmente por la adversidad y continuó: 

—Pueblo jovial, recibimo con mucha esperanza... De repente una voz preguntó: —¿Por qué jovial, tío? —Cómo que por qué jovial —contestó—, porque hay mucho jobo, ¿O no? Ante el murmullo de aprobación colectiva continuó: —Recibimo con mucha esperanza, porque la esperanza es lo último que muere, su visita señor candidato a la Presidencia Municipal de Villaflores. 

Volteándose a donde estaba la marimba ordenó: 

—Ah pue’ una diana —la marimba tocó la diana y él continuó—, este pueblo arcaico, señor candidato... 

De repente, la misma voz volvió a preguntar: —Ah pue’ tío Chepe, ¿por qué arcaico? —Cómo que por qué, cómo que por qué—repitió—. 

¿Qué acaso no le mandamo a hace’ al candidato bastante arco con flor?, ¡por eso es arcaico! 

Nuevamente, hubo otro murmullo de aceptación general. 

—Pero ve, ya no me interrumpan —continuó—, porque se me quita el frenesí y me hago bolas. Así que señor candidato, espero que no pase ahora lo que sucedió hace tres años, cuando nos visitó el último presidente municipal, al que le pedimo con urgencia agua pa ́nuestro pueblo, en cuanto se fue, empezó a llover y estuvo lloviendo una semana entera; al avisarle que estabámo inundado, nos contestó: 

—¿Qué no agua querían, pue’? 

—Eso fue, porque se nos pasó decir que queremo agua, pero entubada, y ahí nos dimo cuenta que era un presidente cabrón. 

—También le pedimo que hiciera algo por nuestros muchachito y nos mandó vitamina pa’ que les diera hambre, pero se le olvidó mandarles comida; eso confirma que era un presidente cabrón. 

—Queremo que usté no vaya a se’ así, porque este pueblo limítrofe, repito, este pueblo limítrofe ya no aguanta a otro cabrón más en la presidencia municipal. 

—¿Por qué limítrofe, tío Chepe? —De nuevo, la voz. 

—¡Qué acaso no ven que hay mucho palo de lima! ¡Por eso es limítrofe! Y disculpe usté si lo ofendí —le dijo al candidato—, pero hablé con la verdá y a veces es cierto lo que dice la gente, que la verdá no peca, pero incomoda. Gracias por su atención señor candidato, y gracias a este pueblo pintoresco de Álvaro Obregón. 

Se volteó a la marimba y ordenó: —¡Diana! 

Lo felicitaron todos, incluido el candidato, en eso se le acercó el preguntón. 

—Ah pué tío Chepe la última, ¿por qué pueblo pintoresco? 

—Si serás zonzo vos —contestó tío Chepe—, ¿qué no mirás que aquí vivimo mucha gente de Chiapa de Corzo y ahí puro culo pinto hay?

25. SANTO, EL ENMASCARADO DE PLATA

No lo podía creer, estaba en la puerta del camerino de la Plaza de Toros en Xochimilco, Distrito Federal, donde minutos después tendría la oportunidad de conocer en persona al Santo, El Enmascarado de Plata, ídolo de muchos chamacos que como yo, crecimos con su imagen de luchador invencible. Momentos antes el promotor de la lucha me había dicho: 

—El Santo acostumbra dormir un rato antes de luchar, así que les llamo en cuanto despierte. 

Una semana antes, mi padre que trabajaba en Xochimilco como recaudador de hacienda federal, me comentó: 

—Fijáte que llegó a la oficina un empresario que va a promover una función de lucha libre, en la estelar estará el Santo y me dejó unos boletos. ¿Querés ir? 

—Claro que sí —dije—, ¿podría invitar a unos amigos? 

—Seguro —dijo mi padre—, lleva también a tu hermanito. El día de la función, yo los acompañaré para decirle al promotor que vea la posibilidad de que les presente a los luchadores. 

Corrían los primeros años de la década de los sesenta y en un sangriento encuentro en la Arena México, el Santo, en una lucha de apuesta le quitó la máscara al mayor de la dinastía de los Espantos; en cuanto el público vio el rostro del luchador supo el porqué del nombre, ya que verdaderamente espantaba por lo feo, una parte del público pedía a gritos que de nuevo se pusiera la máscara; a mí en lo personal me agradaba, era negra con una cruz blanca que integraba ojos, nariz y boca, así que esta sería una lucha contra El Espanto I, una especie de revancha para El Espanto. 

Al único amigo que invité fue a Roberto, La Rana, quien andaba de visita por el Distrito Federal y ese preciso día se le ocurrió ir a Xochimilco a saludarme; él era primo hermano de mi papá, pero únicamente era mayor que yo por dos o tres años. 

—¿El Santo? —preguntó— ¿Santo, El Enmascarado de Plata? ¿Me estás diciendo que si quiero ir a ver luchar al que venció a las Momias y al que peleó contra La Mano que aprieta? ¡Ve! —me dijo—, si no me llevás te demando ¿viste? 

Ese domingo en Xochimilco hizo mucho frío, nos preparábamos para ir a la plaza de toros, cuando me percaté que La Rana únicamente vestía una camiseta muy ligera y era el único que no se quejaba del clima, por lo que le pregunté: 

—Oí Ranita ¿No sentís frío? —¿Pa’ qué siento frío? —contestó—, si no tengo suéter. 

Ante la lógica de esa contestación, no tuve más remedio que darle prestada una chamarra deportiva roja a la que le tenía bastante aprecio, no sin advertirle en el momento de entregársela: 

—Ve, como dice una mi tía— “contigo va, contigo viene”, ¿viste? 

Y ahí estábamos, La Rana, mi hermanito Wili y yo, parados enfrente del Enmascarado de Plata, como un buen trío de zonzos sin saber qué decir. Don Rodolfo Guzmán, ese era el nombre del Santo, traía la máscara plateada desamarrada, estaba sentado en una plancha de cemento, una toalla colgaba de su cuello, acababa de saludarnos de mano y nos veía fijamente a los tres. Con una voz muy pausada y grave dijo: 

—¿Cómo les va jovencitos? 

Mi hermano era muy desparpajado y con la inocencia de sus nueve o diez años le preguntó: 

—Santo, ¿por qué usas máscara? El Santo le contestó con otra pregunta. —¿Qué, acaso no te gusta mi máscara? —Sí me gusta —dijo Wili—, ¿me la regalas? Ante nuestra sorpresa, el Enmascarado de Plata agarró de un maletín negro una máscara toda arrugada y entregándosela a mi hermano le dijo: 

—¿No importa que esté usada? 

—¡Íngue su! —pensé—, miralo este cabrón, consiguió lo que no pudieron hacer El Espanto, Black Shadow ni El Cavernario. En menos de dos minutos, mi hermano ¡le quitó la máscara al Santo! A partir de ese momento comencé a elucubrar cómo hacer para quitarle la máscara plateada a Wili, ya que bien seguro estaba que no me la iba a regalar. Cuando concluyó la visita al camerino, realicé mi primer intento para obtener la máscara. 

—Oí Wilito, qué a toda madre que nos regaló la máscara el Santo, ¿no? 

—¿Nos?, como que me huele a un chingo —contestó rápidamente. 

El promotor nos sentó a los tres en asientos de primera fila y desde ahí fuimos testigos de cómo El Espanto volvió a ser humillado por el ídolo de plata. El Espanto no era un luchador cualquiera, era un gran peleador rudo, ganó la primera caída perdiendo las dos siguientes. Pero en ese lapso se dieron hasta con la cubeta, Santo ganó la segunda caída aplicando su famosa llave La de a Caballo; en la siguiente se tiró desde la tercera cuerda con su Tope atómico, e hizo sangrar a su rival abundantemente. El Espanto a su vez le comenzó a romper la máscara a su rival desde el inicio de la lucha y para la tercera caída la máscara del Santo estaba hecha jirones. 

Desde que inició el combate La Rana estaba emocionado y participativo en lo que estaba pasando, se paraba y sentaba de la silla constantemente; cuando sacaban al Santo del ring, La Rana era quien ayudaba al luchador a subir nuevamente, y era quien estaba detrás de El Espanto cuidando que el Santo no se lastimara. 

Casi al finalizar la lucha, cuando ya habían declarado ganador al Enmascarado de Plata, El Espanto sacó nuevamente del ring a su rival quien quedó muy cerca de nosotros, y como había pasado durante todo el combate, La Rana estaba detrás de él; por eso cuando El Espanto inesperadamente le quitó lo que quedaba de máscara al Santo, éste se tapó con ambas manos la cara protegiendo su identidad, pero más veloz que un rayo, La Rana se quitó mi chamarra roja y se la tiró a la cabeza al luchador, quien salió corriendo de la arena, abordó un carro que lo esperaba en la entrada y en ese momento me despedí de la chamarra roja que La Rana con gran generosidad le entregó al Santo. 

—Wili —le dije a mi hermano—, ¿no creés justo que la máscara del Santo sea mía, ya que la Rana le dio mi querida, única e irrecuperable chamarra roja? 

—Lo que diga mi dedito —respondió, y el pinche dedo decía que no. 

Mi hermano jamás dejó que me pusiera la máscara. A pesar de que compartíamos la recámara nunca descubrí dónde la guardaba; pero sí noté que cuando la usaba le cambiaba la personalidad, hablaba con voz pausada y trataba de que su voz de pito de coleto sonara grave, como la del mismísimo Santo; su mirada se volvía más agresiva y se movía con bastante elasticidad, porque normalmente era muy tranquilo y estaba flaco como charal. 

Ahora me doy cuenta de que cometí dos errores: el primero, que dejé pasar el tiempo y cuando mi hermano tuvo diecisiete años ya estaba más embarnecido; el segundo, que me conseguí una máscara del Rayo de Jalisco y lo reté a una lucha de apuesta de máscaras. Si no por la buena, sería por la mala; pero la máscara arrugada del Santo tenía que ser mía. 

Un sábado por la mañana me quité la camisa, me coloqué la máscara del Rayo y enfrenté a Wili dándome golpes en el pecho al más puro estilo de gorila africano, lancé mi reto diciendo: 

—¡Santo!, ‘ora sí ve, te va a lleva’ Cara sucia. Yo, el Rayo de Portales —pues ahí vivíamos— te reto a una lucha de apuesta de máscaras, el que gane dos de tres caídas será el vencedor; el combate será sin réferi, sin público y sin... ceramente yo pienso que te vo’a jode’, así que ahí lo mirás. 

Wili me quedó viendo fijamente, enseguida sonrió y en ese instante me di cuenta por qué nunca encontré la máscara, el cobardo había roto el forro de mi colchón y ahí guardó la tapa, así que dormí varios años encima de la máscara plateada, explicándome entonces por qué soñaba con frecuencia que yo era el mismísimo Santo, El Enmascarado de Plata. 

Mi adversario se quitó la camisa, colocó la máscara en su cabeza, y al voltear vi una luz rara en su mirada, que hizo que tuviera un mal presentimiento. Giramos en círculo frente a frente, le hice unas fintas sicodélicas que según me diría Wili, parecía me estaba dando un ataque epiléptico. 

No supe qué sucedió después, porque cuando reaccioné, el Santo me estaba colocando un candado al cuello, de pronto comenzó a apretar la llave, se me empezó a dificultar la respiración y sentí que las canicas de mis ojos se querían salir de su lugar, me preguntó: 

—¿Te das? 

Quise contestar que sí, pero el único sonido que brotó de mi garganta, fue algo parecido al ruido que hacen los vochos cuando se les acaba la batería y no arrancan; como Dios me dio a entender, le pude decir que sí, que me rendía. 

El Santo se proclamó vencedor de la primera caída. Para el siguiente asalto estuve cuidando que no me fuera a agarrar de nuevo del pescuezo. 

Wili imitaba al Santo hasta en su pose de ataque, ponía al frente el brazo izquierdo estirado con la mano abierta y empuñaba la mano derecha colocándola a la altura de su cintura; agarré la mano que tenía extendida y se la doblé por la espalda, con el otro brazo lo apersogué por el güegüecho y cuando me disponía a apretar la llave comenzó a gritar: 

—¡Me doy... me doy... me doy! 

La tercera y última caída sucedió con una rapidez vertiginosa, el Santo saltaba de cama en cama y en el momento menos esperado noté que mi hermano preparaba una patada voladora, y antes de sentir un dolor agudísimo en mi bajo vientre, oí el ruido de la madera al quebrarse. 

Al recobrar el sentido, pude percatarme que al Santo lo había desenmascarado doña Jelen, lo tenía bien agarrado de una oreja y le decía: 

—Ahí lo mirás si tu hermano queda chiclán ¿viste?; ahorita mismo voy a tira’ esta máscara apestosa, que puro problema ha traído desde que la tenés, y como quebraste tu cama, desde hoy vas a dormi’ en el suelo, ¡pa’ que otro día agarrés nuevamente de ring el lugar ‘onde dormís! 

—Pero mamá —protestaba mi hermano—, ¡Era una lucha de apuestas! 

—¿Si?, pues yo te apuesto que tu papá te va a da’ una gran chinga cuando sepa que por tu culpa, su hijo mayor no le va a pode’ da’ nietecito, por esa patada que le pegaste en sus tres coyolito.

24. SANTACLOS

—Papá, ¿quién es Santaclós? —me preguntó a boca de jarro, mi hijo Wili, en cuanto tuvo uso de razón. 

—¿Santaclós? —repetí—, ¿Santaclós?... Humm, Santaclós es un señor gordo, que se viste de rojo y que le da regalos a los chamacos que se portan de regular a bien. 

—¿Es el señor gordo que vino ayer? —preguntó de nuevo. 

—No —le contesté—, ése es tu tío Jaime que anda disfrazado de deportista con sus pants colorados; Santaclós viene una vez al año, cada veinticuatro de diciembre. Este año, la que envíes será la primera carta que le escribas tú mismo pidiendo los regalos que desees; solamente ten en cuenta que Santa le trae regalos a todos los niños que se portan bien, pero este año, me reportaron que anda medio jodido económicamente, así que no te mandés mucho, ¿viste? 

—Sí papá, desde mañana empiezo a hacer mi carta. Y le respondí: —Oí, apenas estamos en abril chaparrito, ¿no se te hace un poco temprano para eso?, pero para lo que no es temprano, es pa’ que empecés a portarte bien, y así tu mamá te dé la carta de buena conducta que pide como requisito Santaclós para programar los regalos. 

Wili me preguntó: —¿Me podrías dar la carta de buena conducta tú, papá? 

Le contesté: 

—Yo creo que no hijo, la última vez que di una carta, Santa me pidió una a mí también. 

—Lástima —me dijo—, si no me arreglo contigo voy a tener que pedírsela a mi abuelita. 

Se fue a empezar la carta, y dentro de mí comenzó a germinar la idea de que mi hijo podría ser un buen político cuando fuera mayor. 

Esa tarde escuché el diálogo que Wili sostuvo con Dora Celina, mientras lavaba ropa en la azotea de la casa: 

—¿Qué haces mamá? —preguntó mi hijo. —Estoy lavando ropa, ¿no lo ves? —¿Y tu lavadora? —preguntó de nuevo Wili. —Se descompuso y tu papá no me ha comprado otra como prometió —contestó Dora Celina. 

Wili me quedó viendo con algo de reproche, y añadió: 

—Cuando sea grande, te voy a comprar una gran lavadora, ¿viste mamá? 

Vi que Dora Celina abrazaba a nuestro hijo y hasta me pareció que tenía lágrimas en los ojos cuando decía: 

—Gracias mi amor, no esperaba menos de ti. Wili volteó a verme haciéndome un guiño y pensé: —Este cobardo se acaba de ganar la carta de recomendación para Santaclós. Además con eso me confirmó que tenía definitivamente, pasta de político. Lo que acababa de suceder era una verdadera promesa de campaña. Días después del ofrecimiento de hijo a madre, una tarde Dora Celina le ordenó a Wili que dejara de ver la televisión e hiciera la tarea escolar; le repitió la orden un par de veces más, al no obedecerla lo regañó y le dio una nalgada; Wili se levantó muy contrariado, volteó a ver a su madre y apuntándole con el dedo índice, preguntó: 

—¿Y así quieres que te compre tu lavadora? 

—Papá —me dijo—, ¿tú crees que Santa me aceptaría una carta de buena conducta de mi abuelita? 

La carta a Santa fue sufriendo transformaciones con el paso de los meses y para finales de noviembre ya estaba casi terminada, por lo que Dora Celina le pidió a Wili que la pasara en limpio, pues tenía manchas de: jugo de carne, mango, bolis de cacahuate, mole, uno que otro arroz, Kaopectate y Pepto-Bismol, además de otras cosas de dudosa procedencia. 

Cuando al fin estuvo terminada, decía: 

Querido santaclós: me porté bien todo el año, quiero que me traigas un transformer un tiranosaurio recs, una abalancha, patines dulses chicles y chocolates. (...) Te mando una carta de vuena conducta de mi aguelita porque mi mama esta labando ropa porque mi papa todabia no le compra su labadora. Ojala le puedes traer una, aunque ella no se a portado muy vien conmigo. 

Y así me entregó la carta con una recomendación: 

—Papá, ¿me prometes que le vas a mandar a tiempo mi carta a Santaclós al Polo Norte, o a donde se encuentre? —continuó con énfasis—, ¿no se te va a olvidar como pasa todo el tiempo? 

—Tuve en mi poder la carta a Santaclós, a principios de diciembre. Venia en un sobre rotulado así: 

Santaclós Y más abajo, puso: Polo Norte 

—¿Y cómo sabés que Santa se encuentra en el Polo Norte? —pensé aprovechar el momento para darle una lección de geografía— A lo mejor está en el Polo Sur. 

Wili desde pequeño fue muy práctico, me miró fijamente, estiró su manita pidiéndome la carta, sacó un lápiz con borrador, quitó la palabra norte, y le añadió una “s” a la palabra polo; ahí mismo le dije adiós a la lección de geografía, y aunque supe que no tenía buena ortografía, conocía la diferencia entre singular y plural. 

—Bueno papá —me dijo entregándome el sobre—, aquí está, adentro va también la carta de buena conducta que me hizo mi abuelita Nena (así le llaman a mi mamá todos sus nietos); espero que no se te olvide mandarla —me volvió a decir. 

En ese instante temí haberle causado un daño psicológico a mi hijo con mis frecuentes promesas incumplidas, tomé nota de llevarlo con un psicólogo, pero decidí posponerlo hasta que tuviera más traumas, con el fin de que valiera la pena la inversión; por el momento, pensaba sacarme la espina enviando la carta a tiempo para que mi hijo recibiera sus regalos. Por lo tanto, metí el sobre en la bolsa de mi camisa entre la bola de papeles que siempre cargaba. 

Llegó así el veinticuatro de diciembre en la mañana, y nos preparábamos para celebrar la Navidad en familia. 

Justamente en el momento que pasaba mi hijo, me incliné para recoger algo y cayó al suelo todo lo que traía en la bolsa de mi camisa. Wili se agachó a recoger plumas y papeles, y súbitamente descubrió la bendita carta que nunca envié a su destino; me quedé frío esperando su reacción porque sostenía el sobre en su mano y me miraba fijamente, mi hijo salió corriendo rápidamente, y pensé: 

—De seguro me fue a acusar con su mamá. 

Me estaba haciendo el propósito de buscar un psicólogo que nos atendiera a los dos al día siguiente cuando lo vi regresar. Venía abriendo la carta, y traía su lápiz con borrador entre los dientes. Se sentó en la mesa y con letras mayúsculas le añadió “y una bicicleta azul”. 

En la tarde de aquel día cuentan los que lo vieron, que “Santa” se paseaba por todas las tiendas de Tapachula bien bravo, y entre dientes mascullaba: 

—¡Me lleva la fregada, además una bicicleta, y azul, to’avía!”

23. QUE DIGO CHINGON... CHINGONAZO!

—¿Es de vida, doctor? Preguntó don Gervasio, sin que desapareciera de su rostro la sonrisa que tenía siempre, ocurriera lo que ocurriera, mientras miraba a su vaca postrada, con los ojos desorbitados y la respiración agitada (disnea). 

Don Gervasio era un hombre moreno, bastante alto y muy gordo; bromeaba con la idea de que era más fácil brincarlo que darle la vuelta, y así como casi todos los gordos tenía un excelente sentido del humor. Usaba un sombrerito chiquititío, que le daba a su gran cabeza, aspecto de lima de chichita; además siempre tenía un cigarro Alas Extra sin filtro en la comisura de los labios, jamás lo chupaba y aunque hablara no se le caía la ceniza, sino hasta que se consumía totalmente mientras entrecerraba los ojos a causa del humo. 

—¿Va a vivi’, doctor? —preguntó con preocupación. 

—Yo creo que sí, porque me siento a toda madre, como bien y zurro regular. 

—Estoy preguntando por la vaca, médico... ¡no por usté!

—Ve pue’, y yo pensando que estás preocupado por mí. 

Realmente, nada hay más desalentador para un veterinario y un ganadero, que mirar una vaca tirada en el suelo; pero el caso que estaba viendo, es de los pocos que da gusto atender, ya que se trataba de una hipocalcemia. 

En el momento de restituir el nivel de calcio en la sangre, el cambio de actitud del paciente es espectacular, y en cosa de media hora, el animal se levanta sin acordarse de lo mal que se sentía tan sólo minutos antes. El veterinario se viste de héroe porque salva dos vidas, la de la vaca y la del becerro que normalmente la acompaña, en cuya gestación y lactancia, la madre utilizó el calcio que ahora le falta y el médico se encarga de restituir. La administración es por vía intravenosa, muy lentamente para no provocar un shock; así al cabo de quince minutos, mi paciente coyolió los ojos y de inmediato se levantó, diez minutos después movía la cola como si no hubiera estado gravemente enferma. 

Don Gerva miraba a su vaca y luego me veía a mí, sin terminar de decidirse a cuál de los dos besar primero y afortunadamente ganó la vaca; don Gervasio y la Culopachi, ese era su nombre, se lamían la cara uno al otro, yo precavidamente puse tierra de por medio guareciéndome atrás de una pilastra ante el temor de que luego fuera mi turno, pero no, únicamente exclamó: 

—Doctor, ¡qué digo doctor... doctorazo! —agarró juelgo y siguió— Médico, ¡qué digo médico... medicazo!, es usté un chingón, ¡qué digo chingón... chingonazo! 

Iba a continuar el aluvión de epítetos, pero al ver que ya me preparaba para retirarme del rancho después de haberme aseado un poco y de recoger mi maletín, dijo: 

—Bueno medicazo, ¿cuánto va a costa’ pue’ el daño? 

Don Gerva no tenía fama de espléndido, es más, decía la gente que billete que caía en sus manos, nunca más volvía a recibir la luz del sol, así que rápidamente hice mis cuentas: medicamentos más consulta y le contesté: 

—Van a se’ quinientos pesos por todo. 

—Mire usté medicazo, ¡qué digo medicazo... apóstol de la ciencia!, yo soy un hombre pobre, ¡qué digo pobre... ‘toy bien jodido!, le pido que se ponga usté la mano en el corazón así como lo hacía su abuelito tío Billo, ese hombre sí que era bueno, ¡qué digo bueno... era un santo! 

Ante la sola mención del nombre de mi abuelo, se me ablandó el corazón e inmediatamente le rebajé a la mitad el pago. En el camino de regreso a casa, me empezó a dar coraje la forma tan simple cómo me hizo rebajar don Gerva mis honorarios, pero reflexioné: 

—Por la mención de mi abuelito Billo sólo le rebajé cien pesos, valió la pena; y por lo de “apóstol de la ciencia” le rebajé ciento cincuenta, pero debí hacerle más descuento, ¡qué frase, me fue a toda madre! 

Tuve que reconocer que don Gerva no era un hombre común y corriente, él sí que era un chingón, ¡que digo chingón... chingonometricazo!

22. PANFILO

—¿Se encuentra el médico? Al escuchar la pregunta levanté la mirada, y observé 

a un hombre que traía abrazado algo parecido a un jolote medio raro. Al ver con más detenimiento al extraño animal, pude darme cuenta de que se trataba de un pelícano, especie animal poco usual en Villaflores. 

A mediados de los años setenta se construyó la presa de la Angostura, lo que cambió drásticamente el hábitat de algunas especies y el entorno natural de la región; seguramente ese pelícano era producto de migraciones de aves que llegaron a la presa recién construida. 

—¿Qué se le ofrece? —pregunté. 

—Médico —me dijo el señor—, traigo este animal pa’ que lo sacrifique y lo pueda mandar a disecar. 

—Disculpame amigo, yo no sacrifico animales para disecarlos, no es mi función —luego pregunté—. ¿Por qué querés matar a este pobre animal que ningún daño te hace? —Es que pienso que se vería bonito disecado para adornar mi casa. —¡Preferiría comprarlo antes que sacrificar a este pobre animal! —exclamé. En ese momento, al ver la lucecita que se encendió en la mirada del cliente, me di cuenta que había cometido un error que lamentaría más temprano que tarde. 

—¿Cuánto me daría usted por él? —preguntó y lo demás fue puro trámite. 

Al primer ofrecimiento estiró la mano, agarró la paga y despareció; así fue como me convertí automáticamente en el dueño de un pelícano que traía el pico amarrado con un cordón, mismo que quité inmediatamente sin poder evitar un picotazo; en seguida lo sujeté y mirándolo directamente a los ojos le dije: 

—¡Ve compa!, te voy a solta’ en este momento, pero si me picás nuevamente, te vo’a da’ una sinfonía de chingadazos que en tu vida te han dado, ¿viste? 

Nos quedamos viendo fijamente hasta que desvió la mirada, lo solté y ya no intentó lastimarme; pero sentí que en ese momento quedó entablado un duelo cuyo resultado era difícil predecir. 

Dicen que lo primero que se debe hacer cuando vas a entrar en combate es conocer bien al enemigo, esta fue la razón por la que lamenté que la clase de Animales de Zoológico, que tan magistralmente impartía el doctor Cabrera cuando estudié Veterinaria, hubiera sido los sábados, ya que normalmente amanecía crudo y no ponía mucha atención. 

Afortunadamente tenía los apuntes, al consultarlos supe que lo que había en casa era un ejemplar de pelícano blanco americano, cuyo nombre científico es: pelecanus erythrorhynchos, ave migratoria que viene del norte y llega hasta Centroamérica. Los machos son un poco más grandes que las hembras y se alimentan de pescado. 

De pronto apareció por ahí Dora Celina, mi esposa, quien al ver al pelícano exclamó: 

—¡Pánfilo! 

Éste a su vez, comenzó a realizar una danza ritual de enamoramiento, aleteaba y movía el jonís con sincronía, mientras ponía los ojos como tortolita. El tercer párpado que tienen las aves le cubría los ojos, tenía dilatación de la pupila y pensé que igual me he de haber visto yo, cuando miré por primera vez a Dora Celina, así que con cautela pregunté: 

—Disculpen, ¿ustedes ya se conocían? ¿Estoy interrumpiendo algo? 

La doctora me quedó viendo con esa mirada con la que se pregunta con frecuencia, ¿cómo pude haberme casado con un tipo chiflado como éste?; abrazó al pelícano y se fueron cabeza con cabeza rumbo al patio de la casa. 

Al cabo de un rato regresó, y con cara de preocupación me preguntó: 

—Oye, ¿qué comen los pelícanos? 

Le comenté lo que sabía acerca de sus hábitos alimenticios leyéndole los apuntes de mi admirado doctor Cabrera, no sin antes recomendarle que mandara a comprar pescado, pero únicamente cabezas y colas, ya que el pescado no era un producto barato en el mercado local. 

Pánfilo (nombre con el que lo llamamos a partir de que lo bautizó mi esposa) miró su comida, me volteó a ver y se dio la vuelta olímpicamente, despreciando lo que se le ofrecía. 

El empleado de la veterinaria, la sirvienta de la casa y mi mujer me miraban fijamente, como dudando de los apuntes de mi estimado doctor Cabrera, así que ordené: 

—¡Está bien, compren un pescado entero y dénselo! 

Otra vez vio la comida, me volteó a ver y se fue. El empleado se atrevió a sugerir: 

—¿Y si probáramos darle el pescado sin raliar? 

Como general y ya un poco desacreditado, volví a ordenar: 

—Bien, traigan otro pescado pero sin ralear. 

En cuanto Pánfilo vio al pescado entero, abrió su gran pico y ¡chungún!, para adentro. También nos dimos cuenta que no le gustaba el pescado congelado sino el fresco, por lo que todos los días había que comprar en el mercado un pescado que costaba cinco pesos. 

Luego de hacer cuentas de lo que se gastaba en pescado semanalmente, le di la razón al que me vendió el pelícano, efectivamente, se vería más bonito disecado; empecé a madurar la idea pero me di cuenta de que eso ya no era posible, pues el ave se había convertido en un miembro más de la familia, y los vecinos ya lo identificaban como Panfilito Orozco; por cierto, era más bravo que un chucho bravo y no dejaba entrar a nadie al patio de la casa, si no iba armado con un garrote. 

El pelícano acostumbraba dormir al lado de la ventana de mi dormitorio, y a las cinco de la madrugada bailaba la danza del pescado con zapateo, aleteo y hacía un ruido medio raro entre graznido y pujido, que nunca supe cómo se llamaba, ya que no lo decían los apuntes de mi admirado doctor Cabrera. 

Lo que sí supe, fue que debía darle su pescado o no paraba de hacer escándalo, a grado tal que los vecinos formaron una comisión y me entregaron un escrito firmado por todos, en el que me instaban a la puntualidad en proporcionarle su pescado a Panfilito o me daban quince días para cambiarme de casa. 

Un día nos dimos cuenta de que había comido algo que le había hecho daño, pues comenzó con una diarrea verde esmeralda con la que pintó toda la pared del patio; el jonís del Pánfilo daba la impresión de ser una bomba de flit, por lo que le puse un tratamiento de inyecciones, y así cuando iniciaba la danza del pescado en la madrugada, me levantaba y en lugar de comida, recibía una inyección. Con esto conseguí que retardara el ritual tres horas más, logrando que los vecinos me devolvieran el saludo. 

Después de tres meses de comprar un pescado diario para la alimentación de Pánfilo, pensé que ya era tiempo de liberar a ese gran güevón para que se consiguiera su comida él mismo. Me costó trabajo convencer a Dora Celina, pero le hice ver la importancia de reintegrar al Pánfilo a la naturaleza, para no romper el equilibrio ecológico de la zona y no romper también, el equilibrio económico de nuestra casa. 

Al fin aceptó, con la condición de que la liberación se hiciera en un río lejos de cualquier población. Hincado le juré mandar a liberarlo en la desembocadura del río Amazonas, y que en ese momento, le escribiría a Jaques Cousteau, el explorador y científico francés, para que aceptara llevar a Pánfilo en su próxima expedición a aquella región. 

De pronto, apareció por la farmacia mi ayudante Jaimón, con quien sostuve el siguiente diálogo: 

—Jaimón, quiero que me prestés mucha atención. —Sí pue’ —afirmó. —Ve, agarrá al Pánfilo y lo llevás al río Pando —le ordené—. No, mejor lo llevás más lejos, al río de San Pedro Buenavista, ese que pasa uno camino a Murguía, ahí te vas caminando río arriba siquiera unos cien kilómetros, y cuando mirés que hay cocodrilos, dejás al Pánfilo y te venís rápido. No vayas a tarda’, ¿viste? 

—Mmm-jú —contestó, señal inequívoca de que no iba a hacer nada de lo que le dije. 

Esa noche dormí bastante tranquilo, únicamente me despertaban los murmullos que hacía mi mujer al rezar para que Pánfilo se adaptara a su nueva vida en libertad. 

Mi tranquilidad no duró mucho, ya que en la tarde del día siguiente, llegó una muchachita abrazando al Pánfilo otra vez con el pico amarrado, diciendo que se lo había encontrado en el patio de su casa, que por cierto, se ubicaba muy cerca de la casa del Jaimón. Me pidió una recompensa de lo que quisiera mi corazón, así que le di cualquier cosa, ya que mi corazón no quería nada. 

Nuevamente volvió la rutina, hasta que en una ocasión llegó a visitarme Panchito, representante de un laboratorio médico, quien al ver el pelícano, comenzó a platicar lo bonito que estaba el zoológico de Tuxtla Gutiérrez, el Zoomat. 

Recientemente había visitado ese lugar y me pareció un acertado concepto de lo que deberían ser los zoológicos en el futuro, me imaginé lo bien que estaría el Pánfilo en su laguito particular y su cuidador personal, hasta que Panchito me sacó de mis ensueños con su comentario: 

—Sería bueno que lo donara usted al Zoomat doctor, lástima que ahí únicamente se acepte fauna nativa, y como usted dice que esta ave es de Canadá y Estados Unidos, pues a lo mejor no lo quieren. 

—Ve Pancho, yo dije que migran de esos lugares, pero ya son nativos de aquí; de todos modos como a Pánfilo le gusta bailar, desde mañana le vo’a pone’ una maestra que le enseñe El Rascapetate, El Bolonchón y Soy buen tuxtleco, pa’ que entre bailando al zoológico y don Miguel Álvarez del Toro no me lo retache. 

—Si quiere usté médico, yo llevo el pelícano al Zoomat, sólo que no tengo espacio en mi carro, pero si no tiene inconveniente que viaje en la cajuela... 

—¡No! —casi grité— ningún inconveniente. 

En ese momento agarré al pelícano, le amarré el pico y lo acomodé bien; antes de cerrar la cajuela le prometí ir a visitarlo al zoológico cada que vez fuera a Tuxtla Gutiérrez. 

Lo último que vi, fue la mirada del pelecanus erythrorhynchos que me decía “ahí nos vemos”. 

Cuando le comenté a Dora Celina lo qué había pasado con el pelícano se puso muy contenta, ya que Pánfilo por fin iba a convivir con otros animales de su misma especie y me preguntó: 

—Oye, ¿los pelícanos tienen sexo? 

—Si encuentran con quién, yo creo que sí —contesté. 

—No, mi pregunta es ¿Pánfilo es macho? 

—¡Qué macho va a ser, es un gran mampo!, el otro día quiso picar a uno de los hijos de Bucho el vecino y se le vinieron todos encima, lo dejaron bailando dos días, pero de miedo. 

La alegría me duró muy poco por cierto, ya que tres días más tarde, ¿quién creen ustedes que entró nuevamente al negocio, abrazado por una viejita y con el pico amarrado? Exacto, ¡Pánfilo!, quien con la mirada me decía “¡idiay!”, al más típico estilo frailescano. 

—¿Es usté el veterinario? —preguntó la viejita. 

—Así es tía —contesté—, ¿cuánto va usté a querer por el pelícano?, nada más le aclaro que esta es la tercera vez que lo compro. 

—No médico —dijo—, cómo va usté a cree’ que a yo se lo venda. No, ¡se lo traigo a regala’!; el otro día estaba en la gasolinera de la entrada de la carretera vendiendo mis dulce, cuando llegó un señor en su carro, abrió su cajuela y vi al pelícano, me dio lástima el animalito y se lo cambié por media docena de tartarita y tres bolona; pero le voy a deci’ la verdá, ya se comió todos los guineo que había en mi casa y como soy pobre... 

—Péreme usté tía —le interrumpí—, ¿me está usté diciendo que come guineos? 

—Sí —afirmó—, si hasta baila cuando los ve y viera’sté qué bonito lo pela. 

—¿Los guineos? —pregunté. —Sí pue’. —Bueno pues muchas gracias por el regalo. Le obsequié, más que nada por la información sobre los plátanos, un tarro grande de Pomada de La Tía para su reuma. En cuanto se fue corrí a sacar los apuntes de mi maestro Cabrera, y donde decía que los pelícanos se alimentan únicamente de pescado, puse una acotación con lápiz “y también de guineos”. Desde esa ocasión, ya no volví a intentar deshacerme del Pánfilo, aceptando que cuando al enemigo no se le puede vencer, hay que unírsele; a partir de entonces llevamos una buena amistad hasta que un año después murió empachado por darse un atracón de guineos. 

Una vez que superamos la pena de perder a Pánfilo, busqué los apuntes de mi admirado maestro, el doctor Cabrera, para añadir en la parte donde hablaba de los hábitos alimenticios de los pelícanos, la acotación “y también de guineos, pero en la cantidad adecuada”.

21. PACHUCON, PACHUCON

Aquella época en la que trabajé en la SAGARPA como jefe de la Inspectoría Fitozoosanitaria en Ciudad Hidalgo, Chiapas, una mañana pidió hablar conmigo el jefe de la Policía Fiscal de la Aduana, cosa que no era habitual, así que en cuanto estuvo en mi oficina se cuadró ante mí con un saludo militar, aspiró con fuerza y dijo: 

—Por instrucciones del señor administrador de la aduana, me permito poner bajo su resguardo, un importante decomiso de loros que en cantidad de doscientos treinta y tres, fue realizado por nuestro personal, en un paso de extravío hace tres días —tomó aliento y siguió—, por lo que hago entrega de doscientos treinta y tres loros vivos; si no tiene inconveniente firme aquí de recibido. 

A una señal suya entraron a mi oficina cuatro personas, llevando cada una sobre su cabeza una caja de las que sirven para transportar pollitos, las dejaron en un escritorio y salieron corriendo. El policía fiscal me extendió papel y pluma, y me quedó viendo como ven los chuchos de rancho cuando piden tortilla. 

—Firme aquí por favor —dijo. 

Lo observé fijamente tratando de captar qué estaba pasando realmente, porque los policías aduanales no son así, por lo general son bastante chocantes y lo más extraño, era que el jefe de ellos llegara a entregar un decomiso. 

—Antes de firmar voy a contarlos, si están completos le mando el papel firmado a su oficina —dije. 

—No se preocupe por eso médico, si hacen falta le traemos más —respondió y salió huyendo más rápido de lo que entró. 

En cuanto se fueron y me repuse de la sorpresa, alcancé a escuchar un sonido bastante persistente que salía de las cajas, al abrir una de ellas me saludó un montón de piquitos de loro cabeza amarilla, todos pidiendo comida al mismo tiempo. 

—Rosita —le dije a mi secretaria—, haceme el favor de contar cuántos loros trae cada caja. 

—¿Y cómo lo hago? —preguntó. —Muy sencillo, contá las patas y lo dividís entre dos. 

Rosita cuyo apodo era La Peluda, me quedó mirando fijamente y con su característica mala educación me replicó: 

—Oiga patrón, ¡yo a usté lo vo’a madrea’, eh! Como observé que lo estaba diciendo en serio le propuse: 

—‘Ta bien, ‘ta bien... lo hagamo entre los dos. 

Llevamos las cajas a un cuartito que nos servía de archivero y comenzamos a contarlos. Efectivamente, la cantidad era correcta tal y como me dijera el fiscal. 

Estos animales son capturados por los traficantes de loros en el Petén, Guatemala, y son muy apreciados en el mercado ilegal, porque son muy hablantines; conforme el contrabando avanza hacia el norte aumenta su precio; en Tapachula un loro de cinco a ocho semanas de nacido, como los que teníamos decomisados, puede costar alrededor de mil pesos; si logra llegar a los Estados Unidos ese mismo animal, puede costar hasta cinco mil dólares. Para los traficantes de aves esto representa un excelente negocio, a pesar de que mueren muchos animales en el trayecto. 

Mi cabeza empezó a multiplicar doscientos treinta y tres por cinco mil dólares, hasta que el ruido que hacían los loros pidiendo comida me trajo a la realidad; mandé a comprar tres kilos de MASECA, dos kilos de alimento iniciador para pollitos, le adicioné minerales y vitaminas, y revolví todo esto con agua hasta que quedó una pasta bastante manejable; con una cucharita de plástico empezamos a darle de comer en el pico a cada loro, hasta que se les vio abultado el buche. 

Tardamos tres horas y media para alimentarlos a todos y tuvimos el cuidado de colgarle en el pescuezo a cada loro, un número que Rosita artísticamente dibujaba en un cartoncito. 

Para sorpresa nuestra, al terminar de darle comida al loro doscientos treinta y tres, el número uno ya tenía hambre nuevamente, ahí entendí el porqué de la prisa de los fiscales en deshacerse de los loros; recluté a tres inspectores para que nos ayudaran con la alimentación de las aves, entretanto tomé el teléfono para dar la noticia a las oficinas centrales en la Ciudad de México. 

En cuanto logré la comunicación con el doctor Chávez Centella, eterno jefe del Departamento de Puertos y Fronteras de la SAGARPA, que por cierto, es el tipo más parecido a don Corleone, protagonista de la película El Padrino en su forma de vestir y de hablar, sostuve el diálogo siguiente: 

—¿Qué hay Orozco? —saludó. 

—Le quiero informa’ doctor que tenemo asegurados doscientos treinta y tres loros cabeza amarilla, procedentes de Guatemala. 

—¿Nuestra gente realizó el decomiso? 

—No señor, nos lo puso a disposición el personal de la aduana. 

—¿Dónde se encuentran los psitácidos en este momento? 

—Doscientos treinta regados en la oficina, y tres parados en mi cabeza. 

—Orozco, ¿es usted cubano? —No, ¿por qué? —Porque habla usted medio raro. —Doctor, así hablamo aquí en Chiapas. —Mmm está bien, buen trabajo Orozco, haga un informe por escrito y me lo manda por fax; cuide bien a los psitácidos —nombre elegante de la lorada—, mañana nos comunicamos con usted para darle instrucciones; nuevamente, ¡felicidades! Esto se va a poner pachucón, pachucón, hasta luego. 

Pasaron dos días antes de que lograra comunicarme nuevamente con mi jefe, para entonces ya había asignado de forma permanente a los tres inspectores y a Rosita La Peluda, para que cuidaran a los loros y sobre todo, se encargaran de alimentarlos dos veces por día. 

En cuanto estuvieron bien alimentados los loros, se volvieron muy activos y ya no los podíamos contener en las cajas, se paseaban por toda la oficina dejando sus deyecciones por todos lados, o lo que es lo mismo, “cagándose ‘onde fuera” como decía Rosita. 

—Orozco, recibí su fax —dijo Chávez Centella—, solamente que está muy manchada la hoja y no se lee bien, yo creo que tiene demasiado tóner mi fax. 

—No es el tóner doctor, es caca de loro —aclaré—. Le comunico que no tenemos instalaciones adecuadas, sugiero que mandemos las aves a un zoológico y así nos evitamos más problemas; por lo pronto le quiero informar que aquel que dijo, que la caca de loro ni huele ni jiede, es un verdadero imbécil, la caca de loro jiede de a madre. 

—No te desesperes Orozco, una pregunta, ¿todos los loros están vivos? 

—Pues como decía el tío Chencho, “unos vivos y otros pendejos, pero todos comen y cagan” —le respondí. 

—Orozco, ¿es usted de Alvarado? 

—Señor, ya le dije que soy chiapaneco y así hablamo aquí cuando estamo encabronados —le contesté. 

—Aguanta, aguanta, pronto me comunico contigo para decirte lo que vamos a hacer y recuerda, al final nos va a salir todo pachucón, pachucón. 

Así pasaron otras tres semanas; en la oficina todos estábamos dedicados a alimentar loros y me daba la impresión que algunos ya empezaban a querer hablar, sobre todo mentadas de madre por tanto oír a Rosita La Peluda, quien una mañana me pasó un reporte: 

—Médico, le reporto que el loro número ciento setenta y ocho falleció, yo creo que de empacho, y pienso que la comida que usté tan sabiamente les prepara, se le fue por el gañotío del boje ya que la panza está muy dura; también le aviso que los número setenta y siete, ciento uno y doscientos once, están próximos a morir. 

—¿Están enfermos? —cuestioné. 

—No, los pienso matar yo misma, esos tres cabrones me escupen la masa que usté les prepara y mire usté, quedo todos los días como memela, de ésas que venden allá en los Lagos de Montebello; también le informo —continuó—, que a las doce del día viene a platicar con usté mi líder sindical, porque en la Ley Federal del Trabajo no dice que una secretaria ejecutiva como yo, deba servir de niñera a doscientos treinta y tres loros... menos uno. 

—Rosita te voy a aclara’ dos cosas —le dije—, secretaria no sos porque no sabés ni escribi’ a máquina, ¿ejecutiva?, yo creo que sí porque ya te querés ejecuta’ tres loro, y a lo mejor vos mataste al ciento setenta y ocho. De casualidá, ¿no le soplaste en el pico después de darle su comida?, porque el otro día te vi en actitú sospechosa, pero pensé que lo estabas besando al loro. 

—¡Ichi! —dijo—, sí le soplé pero poquito, es que no se apuran a come’. 

Después de que le eché la culpa a Rosita de la muerte del loro, ya no protestó, disfrazada de memela de frijol, siguió atendiendo a la lorada. 

—Eso no está pachucón, pachucón —sentenció el doctor Chávez Centella, cuando se enteró de la muerte del animalito ciento setenta y ocho. Inmediatamente sugirió cambiar la dieta de los psitácidos, como a él gustaba llamar a los loros, además de pedir la necropsia del ave, presentar el resultado por triplicado, redactar el acta circunstanciada de lo sucedido e informar por cuadruplicado, marcando copia al secretario, al director general, al delegado estatal y al jefe de distrito. 

—‘Tá bien, por mi parte le voy a hace’ también un novenario y una misa cantada, ya que el cura de aquí es mi amigo —comenté. 

—Orozco, ¿es usted comediante?, porque yo sospecho con el pecho y calculo con... que usted me está cotorreando —dijo. 

—De ninguna manera doctor, únicamente me gustaría que me sugiera qué dieta darle a los psicóticos. 

—“Psitácidos”, ¿oiga es usted disléxico? —No doctor, soy católico pero no fanático. —Volviendo a la dieta —dijo Chávez Centella—, le sugiero que le dé usted a los psitácidos café con leche y pan remojado, así alimentaba mi abuelita a un loro que tenía. 

Ante tan científica recomendación comenté: —‘Ta usté bromeando, ¿verdá? —Pues usted empezó, ¿no? —En cuanto a los siquiátricos doctor, ¿qué hago con ellos? 

—“Psitácidos” —remarcó—, como creo que le están causando algo de problemas, haga usted la donación a un zoológico; pero antes, haga un acta circunstanciada por cuadriplicado. 

—Doctor Chavez —interrumpí casi gritando—, ¡eso le sugerí hace cinco semanas, ¿por qué hasta ‘orita pue’? 

—Quiero —me dijo—, que les tome usted una foto a los psitácidos. 

Lo volví a interrumpir con mi tono más humilde aunque me estaba llevando la fregada: 

—Espero, que no me vaya usté a pedi’ que les hagamo credencial a cada loro, porque son igualitos. 

—¡Le estoy pidiendo fotos del acto de entrega- recepción de las aves!, con el fin de integrar un expediente, y me hace usted un acta circunstanciada, todo por cuadriplicado, ¿cómo la ve? 

—Como dice usté “pachucón... pachucón”.

20. MEJOR HABLEMOS DE DINOSAURIOS

Desde que nació nuestro hijo Wili en Tapachula, el diecinueve de septiembre de 1985 nos puso a temblar. Ese día como a las siete de la mañana, Dora Celina se preparaba para ingresar al hospital a estelarizar una cesárea programada, cuando de pronto ocurrió el sismo que destruyó buena parte de la Ciudad de México, mismo en el que fallecieron muchas personas. Todavía estábamos en casa y yo veía la televisión, cuando se fue la señal y me entró la urgencia por salir para el hospital, al ver que Dora Celina no se daba prisa, lancé una amenaza terrible: 

—¡Ve!, si no te apurás a salir yo me voy al hospital y allá te espero. 

La susodicha como siempre, me ignoró olímpicamente y se tardó el tiempo que quiso, horas después me empezaron a llegar reportes de la tragedia ocurrida en el Distrito Federal y no les di mucha importancia, ya que estaba preocupado por la intervención quirúrgica en la que nacería mi hijo. Al filo de las siete de la noche, una enfermera me trajo un chumulito de ropa con un chiquitío adentro y me lo dio a cargar diciendo: 

—Felicidades papá, es un barraquito. 

Lo destapé con mucho cuidado y vi que estaba completo, cuando observé su credencial pensé “¡Cómo que barraquito, barracazo!”; en aquel momento tomé la decisión de que llevara el nombre de mi abuelo y mi hermano, es decir Wilfrido, y para completar le pondría Sismo, o sea se llamaría Sismo Wilfrido; cuando doña Jelen de Orozco se enteró de mis planes se ofreció a darme media hora de cachetadas guajoloteras si así lo hacía, de esa manera fue como nuestro hijo se libró de tener nombre de luchador profesional, algo parecido a Huracán Ramírez. 

Wili fue un niño muy gentil pero con un personalísimo sentido del humor; desde pequeño tuvo mucho afecto por los animales y periódicamente los imitaba, en una ocasión insistió colocarse un trapo o un mecate en forma de cola como fuera, y al preguntarle qué pasaba contestó muy serio: 

—Es que soy un gatito —dijo, y pasó varios días maullando y actuando como gato. 

—¿Quéhacemos?—preguntóDoraCelina alarmada—, el niño no quiere hablar, todo lo pide a maullidos. 

—De ahora en adelante solamente le vas a dar su leche en un platito y no dejes que use las manos —sugerí. 

Cuando llevaba la tercera ración terminada a punta de lengüetazos, acabó su período felino y mi mujer se felicitaba por tener un marido, que además de veterinario, tenía la solución adecuada para este caso tan especial. 

—No cabe duda —afirmaba—, que pa’ los toros del jaral, los caballos de allá mesmo. 

Pasaron unas semanas cuando de pronto apareció Wili otra vez con cola. Al pasar por donde se encontraba escondido, dio un brinco y me mordió quedando prendido de la tela de mi pantalón. 

—¿Y ahora qué te pasa? —le pregunté. —¡Soy cocodrilo! —dijo como pudo sin soltarme la ropa. 

—¿Qué hago? —volvió a preguntar Dora Celina, después de que ella también sufrió varios ataques del feroz reptil que teníamos en casa. 

—Dale cacería y te mandás a hacer con su piel unos zapatos, y si alcanza, un cinturón pa’ mí. 

Efectivamente, después de un ataque a su madre, ésta acabó con el cocodrilo de un certero chanclazo en el mero tronco del cacho. 

El período que más le duró fue el de dinosaurio, usaba una larga cola confeccionada con papel de baño, indicándonos con facilidad su ubicación por los trozos que perdía, así más que dinosaurio parecía iguana; pero como estaban de moda los dinos y Wili coleccionaba estos juguetes, le compramos docenas de ellos, sabía los nombres de todos: brontosaurios, tricératops, pterodáctilos, etc., y nos atiborraba de información, era todo un experto. 

Por aquellos días doña Jelen nos visitó y Wili nos acompañó al aeropuerto a recibirla; en cuanto vio a su abuelita la besó y justamente cuando se iba a identificar como uno más de los animales de la prehistoria, el temible velociraptor, doña Jelen le ganó la partida al preguntar: 

—A ver mi hijito, quiero saber cómo vas en la escuela, ¿es cierto que han mandado reportes de que te portas mal? 

Wili se descontroló, pero inmediatamente reaccionó y con una voz que pretendía parecer inocente, replicó: —Ay abuelita, mejor hablemos de dinosaurios. 

Desde ese día, cuando queremos evadir algún tema en nuestra familia, contestamos de esa forma, mejor hablemos de dinosaurios. 

Cierto día me preguntó Dora Celina: 

—Oye, me dijeron que ayer te vieron en un restaurante con una muchacha joven y guapa, ¿qué hacías ahí? 

—Hija —le contesté—, mejor hablemos de dinosaurios... oí —le dije—, me podrías decir ¿Qué hiciste con la paga que dejé en mi cartera que estaba en el buró? 

—Tenés razón... mejor hablemos de dinosaurios.