lunes, 19 de noviembre de 2012

28. EL AGUILA GURGUA

En lo que concierne a las águilas, sé que existen variedades como el águila rial, el águila calva, el águila arpía, el águila o sol y el Águila Gurgúa, aquel legendario boxeador originario de Cristóbal Obregón que daba sangrientas peleas en que normalmente la sangre era de él. 

Una mañana que visité a mi compadre Marco Antonio Besares en la Notaría que tiene en Villa Corzo, noté una figura rara que estaba sobre una mesa, me quedó viendo fijamente al pasar y sentí que me saludó al más puro estilo frailescano con un “¿idiay viejazo?” 

—Compadre, ¿qué jodido es eso? —pregunté. 

—Vieras que un cliente que es tallador de madera no me pudo pagar mis honorarios, y en señal de la buena intención que tiene de liquidarme pronto, me trajo esta bonita pieza escultórica que representa a un ave de la familia de las aguiláceas. 

—¿De qué familia decís que es? —Ah olvidalo, ¡es un águila y ya! —Qué bonita águila —susurró Dora Celina por cortesía. Con el oído de tísico que tiene mi compadre Marco Antonio, salió disparado emulando al famoso Águila Gurgúa, agarró el armatoste que tenía en la mesa y me dijo: 

—Compadre, ya que en Navidad no te regalé nada, y viendo el impacto que esta hermosa pieza escultórica despertó en mi comadre Dora Celina, recibí de mi parte este obsequio. 

Cuando me di cuenta ya traía entre sus brazos cargando como niño Dios, al águila de la familia de las aguiláceas, preguntándome: 

—¿’Onde lo pongo? —Pues si no es mucha molestia llevámelo al carro. Caminó unos metros, lo miré de reojo porque oí que iba pujando, así que pregunté: —Oí compadre, ¿como cuántos kilos pesa el águila Gurgúa que con tanto gusto y generosidá me estás obsequiando? 

Sin darme cuenta, el pajarraco ya había quedado bautizado. 

—Bueno, en ayunas unos treinta kilos más o menos. —En ayunas ¿el que lo carga o el águila?, compadre. 

—Por supuesto que el cargador, después del desayuno ya sentís que pesa como veintinueve kilitos; vas a ve’ compadre que hace unos días entraron a robar a la oficina, y lo único que dejaron los ladrones fue precisamente el águila. 

—¿Por qué pensás que no la robaron? —pregunté. 

—Porque es el águila de la suerte —dijo muy serio sin aclarar si era de la buena o de la mala. 

Así fue como llegó el águila Gurgúa a mi casa y posteriormente a mi oficina. Debo decir que el tallado de la madera, que seguramente es palofierro porque parece palo pero pesa como fierro, está bastante bien realizado, sólo que el escultor le colocó un par de ojos de plástico y la parte negra del ojo o sea la pupila, es móvil, es decir que le coyolea el ojo cuando se mueve, además de que el pico en la parte superior le quedó chato al tallador, de seguro porque se le acabó el palo y el fierro también. 

La coloqué enfrente de mi mesa de trabajo y agarré la costumbre de platicar con el águila cuando estoy solo, o al menos cuando creo estar solo; así que el otro día le dije: 

—Oí vos Gurgúa, ¿cómo lo mirás el asunto que me planteó este salado? —me quedó mirando como diciendo “¿Y vos cómo lo ves?”. 

Le platico y normalmente no me contradice, siempre está de acuerdo conmigo. Hace unos días, cuando estuvo de visita el licenciado Quintín, famoso leguleyo costeño, observaba continuamente al águila y enseguida me veía con inquietud, cuando le pregunté si le pasaba algo, sonrió y dijo: 

—Va usted a ver médico, que hace unos días estaba viendo una película de espías, en ella el jefe de la organización tenía en su oficina un águila muy parecida a ésta, y ¿qué cree? 

—¿Qué? —pregunté. 

—Pues que en el pico tenía escondido un radio- receptor minúsculo, con el que el jefe de la banda grababa todas las conversaciones. 

—Espero que no vaya usted a pensar que tengo algún interés en grabar las babosadas que está diciendo. 

A partir de ese día, en mi oficina comenzó a circular el chisme de que en el pico del águila Gurgúa había escondida una grabadora, chisme que creció cuando coloqué al águila arriba de la mesa de trabajo, en la que normalmente recibo a los que quieren hablar conmigo. 

El otro día llegó a verme Carmenza, una secretaria a la que no puedo colocar en ningún puesto, porque a la semana siguiente viene su jefe inmediato a dejármela de nuevo, diciendo que prefiere estar solo que con ella. 

—Jefe —me dijo—, ¿puedo hablar a solas con usted? 

—Por supuesto que sí, en qué te puedo ayudar —pregunté. 

—A solas —recalcó señalando en dirección donde se encontraba el águila—, no quiero que ese tal Gurgúa me esté mirando y escuchando, mientras platico con usté. 

—Ta’ bueno —dije. 

En ese momento comprendí hasta dónde había trascendido lo del micrófono escondido en el pico del águila; agarré mi paliacate y le tapé la cabeza al águila. 

Carmenza comenzó a decir que se sentía incomprendida por todo el mundo, pero antes jurgó con el dedo el interior del pico para cerciorarse que no había micrófono; Carmenza prosiguió diciendo que nadie le hacía caso, que nadie la escuchaba, ya había hecho el intento de suicidarse, colgándose del pescuezo con un mecate en el corredor de su casa, pero como no podía respirar, optó por colgarse mejor de la cintura; así estuvo colgada varias horas y nadie se dio cuenta de eso. 

No pude dejar pasar la oportunidad de hacer algo que la ocasión me ponía en bandeja de plata, poniendo cara de distraído dejé de mirar hacia la ventana, volteé a mirar a Carmenza y dije: 

—Perdón, me distraje, ¿podrías repetirme lo que acabás de decir? 

A Carmenza se le erizaron los cabellos, se levantó y salió de la oficina rápidamente, no volví a verla hasta que le di el nombramiento como jefa de un departamento de asuntos de relativa y mínima importancia, con lo que se sintió valorada y comprendida. 

Hace poco estaba concentrado leyendo un oficio importante, cuando sonó el teléfono directo que está sobre mi escritorio, pensé levantar el auricular para contestar pero no lo hice y grité ¡bueno!, al darme cuenta de la pendejada que acababa de hacer, levanté la vista todo chiveado, la única que me miraba muy seria era el águila Gurgúa, afortunadamente no había nadie más en la oficina, miré al pajarraco y le dije: 

—‘Onde te riás cabrón, te quemo; al fin que mi compadre Marco Antonio me dijo que el que te hizo no le paga la deuda todavía, pero ya le llevó otra águila más bonita que vos, y me preguntó si me gustaría tener la parejita, por cierto Gurgúa ¿sos barraco, sos hembra o sos mampo?

No hay comentarios:

Publicar un comentario