Ignoro con certeza en qué momento de mi existencia decidí estudiar la carrera de Médico Veterinario; creo que fue durante la secundaria cuando externé algo sobre eso y el comentario de mi padre fue:
—¿Veterinario?, ¿vos? Ve hijo, fijate bien lo que vas a decidir estudiar; ¿de dónde te salió esa idea?, si nosotros nunca hemos tenido rancho. Vos sos ranchero porque nunca saludás cuando entrás, pero hasta ahí; es más, no tenemo ni chucho entonces, ¿por qué veterinario?
—Me gusta —contesté.
—Mmm, ‘tas jodido hijo, pero en fin, si ese es tu deseo adelante; sólo quiero que estés consciente que escoger carrera es escoger una forma de vida pa’ siempre —dijo don Enrique—, así que ahí lo ves.
Después de que mi padre aclaró todas las dudas con sus sabios consejos, me inscribí en la Escuela de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UNAM, y comencé a asistir a clases en Ciudad Universitaria.
A las pocas semanas de iniciado el curso, le pregunté a un señor que trabajaba en el área de establos de la escuela:
—Oiga usted, soy de nuevo ingreso y quiero saber, ¿cuál de éstas va a ser mi vaca, en la que voy a aprender pue’?
Me vio muy serio y contestó:
—Mire usted doctorcito, la única vaca que va usted a ver por acá en los próximos cuatro años, es una cooperacha que hacemos todos, pa’ comprar un entero de lotería pa’l sorteo del 24 de diciembre.
Efectivamente, así fueron los siguientes cuatro años que estuve en la universidad; como dijo el viejo Pablo, el encargado del establo de la facultad, me la pasé en las diferentes aulas y laboratorios de la escuela sin ver más que unos pocos animales, pues la mayor parte del tiempo nos enseñaron las llamadas “bases de la carrera”, principalmente en estudios de Anatomía, Fisiología, Histología, Patología, etcétera.
Cuando llegó diciembre y fui de vacaciones a Villaflores, rápidamente se corrió la voz entre los amigos:
—¿Ya sabés que el Enrique es veterinario? Y enseguida, me dijo Raúl de Coss:
—Ve primo, qué bueno que sos veterinario, quiero que le echés una mirada a mi ganado; vamo mañana a San Ramón y llevemo un cartoncito de cerveza bien frías.
Ante argumento tan convincente se me olvidó que puras células estaba estudiando en la escuela, y quedamos que pasaría por mí como a las once de la mañana para mi primera consulta.
Efectivamente, Raúl llegó puntual a la cita en un Jeep bastante cacheteado; a la salida del pueblo compró un cartón de coronitas y sentenció:
—Las tomemo rápido, antes de que se calienten.
Inmediatamente uniendo la palabra a la acción, les empezamos a dar trámite; lo hicimos con tanta eficiencia, que cuando llegamos al rancho que estába ahí nomasito, ya se habían terminado todas las coronelas, porque hacía mucho calor.
El rancho de Raúl, que es una fracción de San Ramón, donde actualmente se encuentra la Facultad de Ciencias Agronómicas, mide unas cien hectáreas y tiene unas diez de vega, lo demás es puro lomerío; seguramente tenía una gran producción de nanchi, por la cantidad de palitos que había; en lugar de zacate, para donde se volteara, había sólo chirivisco y terregal; y penando en medio de todo esto, se apreciaban unas veinte cabezas de ganado vacuno que, de tan flacas, cruzaban las patas.
Raúl metió su Jeep al potrero y me estuvo mostrando el ganado, después de dar varias vueltas, preguntó: —¿Cómo ves mi ganado doctor? —Muy flaco y jodido —respondí. —¿Qué tiene?
—Con toda certeza tiene hambre. —¿Qué le daré primo? —Lo ideal es que le dieras comida. —Ve, ya en serio, ¿qué consejo me das? —insistió. —Portate bien, hacele caso a tu mamá...
—aconsejé. —No hombre, ya comportate, ¿cómo pa’ qué te gustan mis vacas? —Pa’ tasajo estarían a toda madre. En eso se acercó el encargado del rancho y le informó: —Patrón, hace tres días que malparió la Chibolona y hoy ya amaneció triste. Raúl me volteó a ver, y preguntó: —¿Por qué está triste? —¿Que no oíste que se le murió su cría? —¿Y cómo le quitaremo la tristeza? —Le pongamo un rato la marimba. —¡Ya pue’!, ¿qué le damo? —Le demo los pésames... ¡pobrecita! —Ve primo, con razón toda la fachota de la danta te estoy viendo, y dale gracias a Dios que no traje la cacha ’ ehueso, si no ya te habría disparado.
—Ve Raúl, mejor yo te vo’a dispara’...pero las otras. Vamos ‘onde el Tuza.
—Vamo pue’ y a lo mejor te perdono.
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