lunes, 19 de noviembre de 2012

18. LA LAGARTIJA DE CABEZA

México, Distrito Federal, sábado. 

Desperté a las ocho de la mañana, e inmediatamente me puse un short, camiseta y unos zapatos tenis, me dispuse a hacer un poco de ejercicio con el fin de ponerme trabadón; comencé a realizar una serie de lagartijas, cuando se apareció por la casa mi primo Ricardo el Walterspacher; venía muy bien arreglado, con su guayabera blanca, pantalón oscuro, bien planchadas no una, sino tres rayas en la pierna, sus infaltables mocasines Canadá bien boleados, y sus cabellos escurriendo Glostora. 

—¿Qué hacés primito? —Preguntó. 

—Aquí, haciendo ejercicio pa’ ponerme mamadón. 

—Mmm... ¿qué hiciste de calentamiento, viejazo? —me cuestionó. 

—Pues, me tomé una taza de café, y un tamal de chipilín —Le dije—, aunque la verdad no estaban muy calientes. 

—¡Ve!,estoyhablandoenserioprimo,estástratando con un experto en tensión dinámica; vos sabés que cuando realicé mi servicio militar en Villaflores hice mucho ejercicio, ¿te acordás de Carmelo el Meco y de Selín Castillo?, pues con ellos hice mi servicio militar y me gustó tanto, que lo repetí. 

—Entonces ¿por qué no tenés cartilla liberada? —Le pregunté. 

—Yavosquéteimporta—contestó—,lointeresante es que estás tratando con alguien que te puede ayuda’ a que no tengás cuerpo que parece bicicleta sin sillín. 

—Pues vos no estás muy sobrado de músculo que digamo. El otro día, estábamo comentando con los cuate, que cuando te murás, vamo a mete’ en tu ataúd unos diez kilo de carne, pa’ que no te mienten la madre los gusano. 

—Ah pue’, no te mandés, ¿vas a queré que te enseñe, o no?, ya sabés que mi último trabajo fue de entrenador en el gimnasio Agustín Lara 

—Ora pue’, enseñame —le pedí. 

—Ve primo, pa’ empezá, estás haciendo mal las lagartija —me corrigió—, parás mucho el jonís y ponés muy abiertos los brazos de esa forma, no te vas pone’ mamado ni en diez años. 

—Ya, ¿y cómo se hacen, pue’? 

—Mirá, mientras más juntés tus mano, más esfuerzo vas a hace’; si entrelazás tus dedo y luego hacés la flexión, entonces sí estás haciendo tensión dinámica, y esto es cierto porque lo leí en un curso de Charles Atlas, que me dio prestado la Maravilla Zeta. 

—Pue’ —murmuré. 

—También hay otra forma de hacerlas —continuó—, mirá, te das impulso pa’rriba con tus brazos, cuando estés en el aire, aplaudís, y ponés tus manos nuevamente en el suelo; si querés te muestro cómo. 

Poniendo manos a la obra, se quitó la guayabera, la dejó colgada en un clavo y presto se tendió en el suelo, se dio impulso, y a la hora de la aplaudida algo falló porque solamente oí el ruido que hicieron sus codos chocando contra el cemento; se paró, y se estuvo sobando un buen rato, pero no se dio por vencido y continuó diciendo: 

—Ve, también está la forma de la mancerina, te agarro tus canía, las subo y vos haces la flexión, o bien podés caminar con tus brazo así como la mancerina primo. 

—Ésa está buena —le dije—, ¿qué te parece si me mostrás cómo se hace?, y te llevo como mancerina hasta la carpintería, porque necesito lleva’ un librero que puede cabe’ muy bien en tu espalda. 

—Contigo no se puede, te estoy enseñando y vos todo lo hacés relajo —comentó—. Ve, ya por último —agregó—, hay un ejercicio que es lo mejor que se ha inventado, la lagartija de cabeza. 

—¿Lagartija de cabeza? ¿Y cómo es eso? 

—Fácil, te parás de manos junto a una pared, o mejor que alguien te agarre las canía pa’ que no te vayás a ir de lado, empezás a flexionar los codo, hasta que tu cabeza toque el suelo, y a pura fuerza de brazo te levantás; hacés este ejercicio unas diez veces y con eso tenés, así no te estás haciendo pendejo como te estabas haciendo ‘orita. 

—Oí Rica —le dije—, ¿me pudieras mostrar cómo se hace la lagartija de cabeza? 

—Claro que sí primo, ve, ayudame me voy a parar de manos junto a la pared, y me agarrás los tobillo; ahí te fijás cómo se hace, ¿viste? 

Efectivamente, hizo lo que dijo, le sostuve los tobillos, y en ese momento, empezaron a caerse de la bolsa del pantalón: una caja de cigarros Fiesta, la cartera y un sencillaje que no llegaba ni a los dos pesos. 

—Ahí voy primo —gritó. 

Hizo la primera flexión y se elevó; hizo la segunda, y se volvió a elevar; a la tercera empezaron a temblarle los codos, y no llegó hasta arriba; descansó un momento y volvió a intentarlo, otra tembladera de codos y nada, hasta que exclamó: 

—¡Ya primo, soltame! 

Cuando se puso de pie, vi su cara que se había puesto roja como jonís de mandril, y una vena que le cruzaba la frente estaba a punto de reventar; guardó silencio un buen rato, descolgó lentamente su guayabera, se la puso, pero ahora tenía la cara tan blanca como su camisa; se alisó el cabello con los dedos y me dijo: 

—Primo, ahí vengo al rato, ‘orita me acabo de acorda’ que tengo algo que hace’ en mi casa —y se fue hecho la... rápido. 

Como a los cinco minutos entró a la casa mi madre, doña Jelen, que venía del mercado, y noté que estaba bastante molesta, al verme dijo: 

—¡Qué bárbaro ustedes, ya ni la amuelan! No tienen respeto de nada, ahí está Ricardo sentado en la banqueta vomitando, no son ni las diez de la mañana y ya está bolo, ¡éste ya no tiene remedio, ni gracia! 

Y como dijeron por ahí... ¡ichi el bolo!

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