Hace aproximadamente cuarenta años, empezó en el Distrito Federal lo que hoy representa un movimiento cultural de cariño y orgullo por nuestras raíces y costumbres; pero no fue, sino hasta hace dieciséis años que en Villaflores le dimos nombre y sustento a la organización del mismo, naciendo con ello la ahora llamada Rial Academia de la Lengua Frailescana.
Nos han mantenido juntos la cantidad de cosas que tenemos en común: el nacer en la misma ciudad o región; años más, años menos, pertenecer a la misma generación; tener y compartir la misma locura humorística, que como epidemia padecemos todos los que nacemos en la Frailesca; pero sobre todo, lo que ha mantenido vigente a La Rial, es el profundo cariño y amistad que sentimos hacia cada uno de nosotros, que nos permite discutir, enojarnos y contentarnos sin dar o pedir disculpas, como lo haría una familia frailescana normal, porque eso es lo que somos, una gran familia que representa todos los apellidos que le dieron sustento a esta región.
Quiero dar las gracias a todos los académicos y a uno que otro ilustre chiturí. Comenzaré nombrando a mi compadre, amigo y gran presidente de este movimiento, Toni Macías, por su visión y generosidad; a mi también compadre, el querido Marco Antonio Besares, quien prologa y da forma a este libro.
A Oscar de Coss, el Archiduque cómplice de aventuras; a Marta Elena de Coss, mi admirada académica; a Rodolfo Juan, el mero mero de los crucero; a Roberto Juan, el inigualable y sin par Chali y a Enrique Pereyra, doctor y arquitecto, que se encuentran en Tapachula. A Juan José Solórzano, el querido da consejo Jota jota; a Julián Pereyra, enamorado... de La Rial; Gil Zepeda, inmenso Poeta de lo breve; a Jorge Luis Zuart, rector y amigo; a Guillermo Zebadúa, cuate de buena madera; a Hugo Vázquez, doctor en agro...armonía, todos ellos en Tuxtla Gutiérrez; a Jorge Moreno el Piña, compadre y cuentista de respeto; a Abel Corzo, buen rematador de cuentos; Felipe Moreno, el gran primo Lipe; Vicente Antonio Constantino, el carismático Chentillo; Rodolfo Ovando, cronista del Nambiguyá y Julio Chávez, incansable presidente de los chiturís en Villaflores. Además a Abenamar Cuevas y su especial sentido del humor en Coatzacoalcos; y en forma muy especial a un académico muy querido por todos, Lorenzo (Lencho) Corzo en Tonalá.
Quiero hacer una mención muy especial a quien trabajó arduamente con Dora Celina y conmigo, a mi querida amiga, poeta y escritora de altura, aunque pequeña de estatura (que no es lo mismo que de estatura pequeña) Marta Vázquez Lacroix, la popular Pichi Vázquez, que nos enseñó a escribir con un poco de lógica y mucho de gramática.
Por último, quiero agradecer a todo aquel que lea este libro, sin importar la forma en que haya llegado a sus manos: comprado, prestado, robado o regalado; ojalá les guste y lo recomienden, y si no, ¡que se muera Chegoyo González!
Para Dora Celina, que aceptó compartir conmigo la aventura de vivir.
Para Raúl Enrique,Wilfrido y Enrique, tres bendiciones de Dios, mi alegría.
Para don Enrique y doña Jelen, los culpables de mi presencia en el mundo.
Para mis hermanos, Anita, Wili y Martha Elena.
Para todos mis amigos... dije tooodos.
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