La risa es un suceso mágico que se logra cuando uno es sorprendido por la narración de un hecho chusco o divertido; desde hace dieciséis años la Rial Academia de la Lengua Frailescana, encontró en su trabajo editorial el placer de provocar en sus lectores, escuchas y televidentes ese suceso maravilloso que sana el alma, y uno de sus secretos es la mezcla de las aportaciones de su disímbolos miembros (no descompongás las palabras por vida tuya, porque los descubrís).
Uno de los más destacados maestros del arte de la ocurrencia, convertido en cuento, es Enrique Orozco González, que con sus relatos se fue ganando el lugar de uno de los mejores cuenteros entre los nuestros.
Ahora tenés en tus mano (el plural porque puede ser una o las dos, como querás cargarlo) un libro de su autoría, que compila veintiocho cuentos a su más puro estilo; enprincipio debemos decir que el ritmo natural que tienen, permiten la risa en abonos y cuando los cuenta, normalmente traga aire y se mantiene serio y adusto, deja a los demás el disfrute del gesto generoso de buen médico veterinario y cuentista que es.
Lo excepcional de los cuentos de mi compadre Enrique Orozco, es parecido al magnetismo del imán, sus temas aparentemente tan cotidianos y siempre amables, llenos de recursos y buen humor, ofrecen al lector una inmensa cantidad de evocaciones y sentimientos.
Sus cuentos son la mayoría de las veces fáunicos, sicodélicos y profilácticos, porque sus protagonistas son desde un chucho o un pelícano, hasta una plebe de loritos habladores parecidos a su creador; la descripción que hace de ellos te permite ser encantado, aun cuando tengás pleito con alguna especie animal; los nombres originales de los animales y su relación con los personajes es fenomenal, porque sólo en estos cuentos puede darse así, de esta forma el chucho orientado del Nambiyuguá, únicamente puede ser creado para su amo, por la imaginación de este rialesco autor.
El grado musical de sus cuentos se aprecia perfectamente en Alma en pena, no sólo por el sonido de la galana hamaca que adorna el entorno, sino por la forma de platicar de los personajes, quienes mantienen el dialogo y más pronto que tarde, nos sorprenden con unos giros que saber de dónde los sacan, y son los que precisamente prenden y hacen sonreír hasta al más indiferente al buen humor.
Estos cuentos de un médico veterinario de la frailesca, metido exitosamente en la política en el Soconusco, son también, una delación respecto a los métodos de sanación subrialistas de los animales, que son tratados por una medicina alternativa que no tiene igual, cuando los animales están flacos recomienda que les den comida; cuando le preguntan para que están buenos, señala que para el rastro; es decir, la respuesta de sus personajes no parten de ideas complejas o rebuscadas, corresponden a un sentido común avasallante y relleno de gran sabiduría, estas respuestas no hay que tener duda, existieron en algún momento de su historia profesional.
La idea de hacer esta compilación de cuentos personales llegó sin darse cuenta, cuando vino a ver, ya tenía escrito este rimero de palabras en el papel, que no sólo han quedado en libros, agendas, programas de televisión, sino que han sido ya llevados por algunos grupos que aprovechan estos pasajes orozquianos, hasta al ámbito de la comedia teatral.
La mera verdad, a mí me pidió que le hiciera el prólogo porque somos compadres, sabe que lo estimo de verdad, que esta amistad viene desde nuestros abuelos y nuestros padres, que yo soy uno de sus grandes admiradores y que también echo mano de sus cuentos para relajar a los estudiantes, cuando la jurisprudencia se pone densa (conste que no dije mensa).
Algunos han escrito que el buen cuentista es como el buen boxeador, que sabe mantener el juelgo hasta el último asalto, se desplaza bien y cabecea a los embates del rival; pues bien, el autor que hoy presento es mero peso mosca, es una tarabilla arriba del ring, sabe meter el gancho al hígado y curiosamente rematar a la mandíbula para lograr el nocaut, (velo, hasta deportista lo hice a este amigo que aprovecha para escribir sobre un boxeador y hace lagartijas de cabeza).
Según los expertos en este género, el cuento es significativo cuando traspasa sus propios límites, con esa explosión de energía espiritual que ilumina bruscamente, algo que va mucho más allá de la pequeña y a veces miserable anécdota que cuenta; la verdad es que para Enrique Orozco este criterio no aplica, porque la dimensión de sus relatos hace que sus anécdotas, convertidas en cuentos, sean verdaderamente ricas en imaginación, y sobre todo en el impacto espiritual que provocan en el corazón y la memoria de los lectores.
Lee este libro hasta al final, de seguro cuando termines lo tendrás en un lugar a la vista para volver a leerlo. Dicen que a veces los prólogos le ganan al contenido del libro, así se ha registrado en el curso de la historia de la ciencia y la literatura, y esta ocasión desde luego, no será la excepción.
Este prólogo es más bonito que todos los cuentos, por eso te recomiendo que lo dejés de leer y de plano pasés a lo otro, eso sí de verdad que te hará reír; este prólogo es bueno pero no sirve para eso, mejor lo leés al final y lo convertís en epílogo si querés, si no, no; pero de verdad que vale la pena, y será mejor que te metás pronto y de lleno al mundo de imaginación, sentido del humor y pertenencia que nos regala Enrique Orozco en este su Chumul de Cuentos.
Dr. Marco Antonio Besares Escobar
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