lunes, 19 de noviembre de 2012

20. MEJOR HABLEMOS DE DINOSAURIOS

Desde que nació nuestro hijo Wili en Tapachula, el diecinueve de septiembre de 1985 nos puso a temblar. Ese día como a las siete de la mañana, Dora Celina se preparaba para ingresar al hospital a estelarizar una cesárea programada, cuando de pronto ocurrió el sismo que destruyó buena parte de la Ciudad de México, mismo en el que fallecieron muchas personas. Todavía estábamos en casa y yo veía la televisión, cuando se fue la señal y me entró la urgencia por salir para el hospital, al ver que Dora Celina no se daba prisa, lancé una amenaza terrible: 

—¡Ve!, si no te apurás a salir yo me voy al hospital y allá te espero. 

La susodicha como siempre, me ignoró olímpicamente y se tardó el tiempo que quiso, horas después me empezaron a llegar reportes de la tragedia ocurrida en el Distrito Federal y no les di mucha importancia, ya que estaba preocupado por la intervención quirúrgica en la que nacería mi hijo. Al filo de las siete de la noche, una enfermera me trajo un chumulito de ropa con un chiquitío adentro y me lo dio a cargar diciendo: 

—Felicidades papá, es un barraquito. 

Lo destapé con mucho cuidado y vi que estaba completo, cuando observé su credencial pensé “¡Cómo que barraquito, barracazo!”; en aquel momento tomé la decisión de que llevara el nombre de mi abuelo y mi hermano, es decir Wilfrido, y para completar le pondría Sismo, o sea se llamaría Sismo Wilfrido; cuando doña Jelen de Orozco se enteró de mis planes se ofreció a darme media hora de cachetadas guajoloteras si así lo hacía, de esa manera fue como nuestro hijo se libró de tener nombre de luchador profesional, algo parecido a Huracán Ramírez. 

Wili fue un niño muy gentil pero con un personalísimo sentido del humor; desde pequeño tuvo mucho afecto por los animales y periódicamente los imitaba, en una ocasión insistió colocarse un trapo o un mecate en forma de cola como fuera, y al preguntarle qué pasaba contestó muy serio: 

—Es que soy un gatito —dijo, y pasó varios días maullando y actuando como gato. 

—¿Quéhacemos?—preguntóDoraCelina alarmada—, el niño no quiere hablar, todo lo pide a maullidos. 

—De ahora en adelante solamente le vas a dar su leche en un platito y no dejes que use las manos —sugerí. 

Cuando llevaba la tercera ración terminada a punta de lengüetazos, acabó su período felino y mi mujer se felicitaba por tener un marido, que además de veterinario, tenía la solución adecuada para este caso tan especial. 

—No cabe duda —afirmaba—, que pa’ los toros del jaral, los caballos de allá mesmo. 

Pasaron unas semanas cuando de pronto apareció Wili otra vez con cola. Al pasar por donde se encontraba escondido, dio un brinco y me mordió quedando prendido de la tela de mi pantalón. 

—¿Y ahora qué te pasa? —le pregunté. —¡Soy cocodrilo! —dijo como pudo sin soltarme la ropa. 

—¿Qué hago? —volvió a preguntar Dora Celina, después de que ella también sufrió varios ataques del feroz reptil que teníamos en casa. 

—Dale cacería y te mandás a hacer con su piel unos zapatos, y si alcanza, un cinturón pa’ mí. 

Efectivamente, después de un ataque a su madre, ésta acabó con el cocodrilo de un certero chanclazo en el mero tronco del cacho. 

El período que más le duró fue el de dinosaurio, usaba una larga cola confeccionada con papel de baño, indicándonos con facilidad su ubicación por los trozos que perdía, así más que dinosaurio parecía iguana; pero como estaban de moda los dinos y Wili coleccionaba estos juguetes, le compramos docenas de ellos, sabía los nombres de todos: brontosaurios, tricératops, pterodáctilos, etc., y nos atiborraba de información, era todo un experto. 

Por aquellos días doña Jelen nos visitó y Wili nos acompañó al aeropuerto a recibirla; en cuanto vio a su abuelita la besó y justamente cuando se iba a identificar como uno más de los animales de la prehistoria, el temible velociraptor, doña Jelen le ganó la partida al preguntar: 

—A ver mi hijito, quiero saber cómo vas en la escuela, ¿es cierto que han mandado reportes de que te portas mal? 

Wili se descontroló, pero inmediatamente reaccionó y con una voz que pretendía parecer inocente, replicó: —Ay abuelita, mejor hablemos de dinosaurios. 

Desde ese día, cuando queremos evadir algún tema en nuestra familia, contestamos de esa forma, mejor hablemos de dinosaurios. 

Cierto día me preguntó Dora Celina: 

—Oye, me dijeron que ayer te vieron en un restaurante con una muchacha joven y guapa, ¿qué hacías ahí? 

—Hija —le contesté—, mejor hablemos de dinosaurios... oí —le dije—, me podrías decir ¿Qué hiciste con la paga que dejé en mi cartera que estaba en el buró? 

—Tenés razón... mejor hablemos de dinosaurios.

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