El tío Chuvano no era un desempleado más, tenía una chamba en Gobierno Municipal, y digo chamba porque el sueldo que cobraba era escaso, y en nuestro medio, el tabulador entre chamba y trabajo, varía por la cantidad de ceros que tiene la quincena; así que como tantos otros, empacó lo poco que tenía y se fue en busca del “sueño chilanguense”, sin olvidar, claro está, llevar su media docena de quesos y sus cuatro bolsas de tascalate, que son el ábrete sésamo de todos los chiapanecos que buscan trabajo fuera de su estado.
Ya sea a solicitar trabajo o a realizar algún trámite burocrático en cualquier oficina, la “política del queso”, como le decimos, da muy buenos resultados donde quiera que uno se presente; sólo hay que preguntar por el chiapaneco, o bien esperar y observar a los empleados, hasta encontrar al que luce un diente de oro, o al que hace más borlote “pero no trabaja ni mierda”, como dicen los chapines.
El tío Chuvano estaba en esa búsqueda y localizó su objetivo, se acercó e inmediatamente lanzó la pregunta:
—¿Paisano?
—¿Qué pue’? –contestó el otro sonriendo y enseñando un reluciente incisivo dorado, y preguntó a su vez–. Qué, ¿de dónde sos vos?
—Soy de Villaflores —dijo Chuvano—, ¿y vos?
—Yo soy de Calzada Larga, pero no hablés fuerte porque aquí tuve que deci’ que soy argentino pa’ que me dieran trabajo. A veces también me hago pasa’ por guatemalteco, así conseguí la chamba y ahorita soy el Secretario General del Sindicato Único de Trabajadores Alcoholizados Todo El Tiempo, o sea el SUTATET, ya sabés que aunque hayan tres o cuatro sindicatos, todos son “únicos”.
El Chuvano vio que el cielo se le aclaraba e inmediatamente sacó el primer queso y una bolsa de tascalate, los metió en una bolsita de plástico y se lo tendió al líder del SUTATET, quien agarró el obsequio y lo guardó en una gaveta de su escritorio. Cuando regresó le preguntó al Chuvano:
—Oí paisano, por tu apellido decime, ¿tenés parentesco con tío Liquito Gómez que vive en Calzada?
—¿Tío Liquito?, ¿tío Liquito Gómez de Calzada Larga? Es primo en segundo grado de mi papá. ¿Y qué es tuyo? —preguntó a su vez, el Chuvano.
—Es mi padrino de bautizo —dijo el líder.
—Entonce somo pariente —afirmó el Chuvano, y desde ese instante quedó en firme el parentesco.
—¿Qué querés pariente, en qué te puedo servi’?
—Comenzó a caminar la chiapamanía que funciona con los parentescos colaterales, y se lubrica con el aditivo del queso y el tascalate.
—Fijate —comentó el Chuvano—, que ando buscando chamba.
—¡Andabas! —contestó el Diente de oro; y así con esta sencilla palabra, comenzó el tío su larga carrera dentro de la administración pública, específicamente en la Secretaría de Obras Públicas, y más específicamente, en la Dirección de Asuntos de Relativa Importancia. El Diente de oro lo colocó como auxiliar primero, sólo medio nivel arriba de los que barren.
En el lapso de cuatro años logró ascensos importantes; al primero que jodió fue al Diente de oro, a quien en dos añoslequitólasecretaríageneraldelSUTATET.Amediados de la década de los setenta, ya estaba muy bien relacionado; hablaba de su amistad con un joven político chiapaneco llamado Sami David, de su cercanía con otro político tlaxcalteca, que después fue gobernador de su estado.
Justo es reconocer que el tío Chuvano ayudaba a todo aquel paisano que llegaba jodido al Distrito Federal; se volvió receptor de todas las cosas que el chiapaneco lleva al salir de su estado, en su casa no faltaba queso, tascalate y las botellas de vidrio llenas de timpinchile curtido con limón y sal.
En la casa de tío Chuvano siempre había un taco para todos, incluidos los sobrinos que llegábamos frecuentemente a visitarlo. Tengo que reconocer que el tío tenía por norma estricta no invitar cerveza a nadie que no fuera mayor de edad, que para él era cuando tenías veintiún años cumplidos, pero como toda regla también tenía su excepción. A los menores de edad les servía su vaso con cerveza con la única condición de que, para que no le faltaran al respeto y además no quebrantar su estricta norma, cada vez que le dieran un trago a su vaso de chela, tenían que estar mirando hacia la pared, o bien, esperar a que él fuera al baño a desalojar la vejiga o como decía, iba al baño “a cambiarle el agua a las aceitunas”.
Como resultado de estas prácticas me aprendí de memoria todos los recovecos que tenía el tío en las paredes de su casa, y todos los sobrinos le rezábamos al santo patrono de los bolos, a San Jasmeo, para que el tío Chuvano siempre tuviera mal de orín.
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