lunes, 19 de noviembre de 2012

10. EL MAESTRO TACHO

El maestro Tacho, como casi todos los que practican la profesión de mecánico automotriz en nuestra tierra, se inició como chalán en su pueblo de origen, y a base de práctica y habilidad natural se convirtió en flamante maestro mecánico; así llegó a radicar a Villaflores, donde instaló su taller en las orillas de la ciudad. 

Tacho era alto, de nariz aguileña y tenía un excelente sentido del humor, mismo del que hacía gala en todo momento. En una ocasión visité su taller como a las dos de la tarde, para hacerle un servicio de mantenimiento a mi camioneta y observé, que en el fondo del patio, amarrado a un palo de jocote estaba un perro negro criollo de buen tamaño, y con una cara de cabrón que no podía con ella. 

—Oí Tacho —pregunté—, ¿por qué tenés amarrado a ese chucho bajo el sol? Se ve que está sufriendo, ni agua tiene, ¡pobre! 

—Está castigado —dijo—, fíjese usté que a cada rato me mete en problemas, ayer mismo me vinieron a reclama’ porque el Sancho no deja una chucha ni pa’ comadre, es un jijuelajijurria, así como lo oye’sté. 

—‘Perate maestro, ¿el nombre del chucho es Sancho? 

—Sí pué, ni modos que mío —replicó—, lo peor es que le hace honor al nombre. Oiga’sté doctor, le quiero pregunta’ algo: ¿puede una chucha tener hijos de diferentes machos en la misma camada? 

—Sí puede —contesté. 

—¿Ya se dio’sté cuenta que el Sancho tiene la cola tunca? —continuó—, pues va’sté a ve’ que no hay chucha, que haya tenido crías en todo este rumbo, que no tenga cuando menos un “cola tunca” en la camada, eso significa que mi Sancho les ha aplicado la hurracarrana a todas las chucha de por aquí, le digo que este mi chucho es mero desalmado. 

Yo sentí que el maestro mecánico, estaba orgulloso de tener un perro como el Sancho. Con el tiempo me enteré que sus dos hijos eran adoptados; así fue que entendí por qué Tacho se sentía orgulloso del perro que, de alguna manera, compensaba un problema personal, y que seguramente afectaba el ego del maestro mecánico. 

En mi mente comenzó a germinar una idea pero no, debía asegurarme primero que el Sancho era el perro adecuado para la empresa que le iba a encargar, así que le hice a Tacho algunas preguntas: 

—Oí Tacho, ¿me decís que el Sancho es cabrón y enamorado? 

—Mire’sté médico, el Sancho es el Gabino Barrera de los chucho; pero la mera verdá, no es cabrón —y añadió—, ¡es un verdadero jijuelachingada! 

—Y si la chucha no se deja montar, ¿qué hace? —pregunté. 

—¡Aynanita,nipensarlo!Va’stéave’queelotrodía, aquí mero enfrente del taller, se agarró una chucha jariosa que iba pasando; primero madreó a todos los chucho que le iban haciendo su luchita a la perra, enseguida la montó, y como la chucha se resistió un poco, le mordió la oreja. 

El Tacho imitó la manera como había sido el agarrón de oreja, en seguida se puso atrás de la imaginaria chucha y dijo: 

—Y ve —comenzando a mover la cadera hacia delante y atrás, diciendo—, un, dos; un, dos; un, dos... —imitó tan bien el movimiento, que pensé se iba a quedar trabado como quedan los perros al eyacular. 

Mi pensamiento retrocedió muchos meses atrás, cuando trabajaba en la Ciudad de México; un día sonó el teléfono, al contestar oí la voz de mi compadre Hernán, desde Villaflores, quien después de los saludos de rigor, dijo: 

—Compadre, te llamo porque te quiero deci’, que estoy muy contento, porque me fue muy bien en la última cosecha; vendí a todo dar el maíz y el frijol, y creo que es justo que me dé yo un gusto que siempre he tenido, y es el tene’ un buen perro; como vos sos veterinario, sé que me vas a consegui’ un buen animal, ¡pero quiero que esté chinnngón! —sentenció. 

A Hernán le tengo un aprecio muy especial, es el esposo de Mayo, una de las primas que más quiero, así que le respondí: 

—Con todo gusto compadre, solamente quiero que me digás qué raza de perro querés, y cuánta paga le vas a inverti’ y con gusto te lo envío. 

—Yo quiero un chucho como Rin-Tin-Tin —dijo—, y ve, por dinero no reparés, ¿viste? Pienso gasta’ lo que cuesta uno o dos novillos bien gordo. 

No cabía duda que mi compadre estaba pensando a lo grande, así que sin reparar como caballo, me propuse conseguirle un excelente animal de la raza pastor alemán. A sugerencia mía, Hernán aceptó que su perro fuera hembra ya que, como le dije, podría conseguir un buen macho y así reproducir la raza. 

Pocas semanas después, Hernán tenía en su poder una preciosa perra pastor alemán, con tatuaje en la ingle izquierda y con un respetable pedigrí; Princesa fue el nombre que le puso mi compadre, y ese era el trato que le daba a la perrita. En una ocasión, me hizo el siguiente comentario: 

—Vieras compadre, que ya cuido más a la Princesa que a tu prima; cada quince días le ponen sus vacuna de acuerdo al calendario que me diste, y cuando amanece triste y no quiere come’, me aflijo tanto que le pongo música de marimba; el otro día, le tuve que da’ las croqueta en la boca, y pa’ que entendiera que debía comer, íbamos una y una; cuando me di cuenta ya me había llenado con las croqueta, me dio una gran diarrea, ladré toda la noche y lo más jodido es que ya no sé si me tiene que revisa’ el doctor o el veterinario. 

Con todo el cuidado que mi compadre le daba, la Princesa creció saludable y pronto llegó a la edad reproductiva, por lo que hubo que buscarle novio; en ese tiempo yo radicaba en Villaflores, donde tenía una farmacia veterinaria, encontramos un buen macho de esa raza e hicimos una formal “petición de pata” con el dueño del perro, don Lusteín, quien cedió gustoso a su can cuando vio la calidad de la Princesa. Resultado: un perro flaco, ojeroso, cansado, sin ilusiones y madreado. 

Se hicieron tres intentos más en el lapso de año y medio, con tres diferentes perros y el mismo resultado: perros mordidos, y el mismo número de dueños de machos molestos con Hernán, quien a su vez, me culpaba a mí de que su perra no lograba hacer un buen matrimonio. 

Le platiqué a mi compadre de la posibilidad de apareamiento de la Princesa con el Sancho, con el argumento de que ese perro era la solución al problema de la Princesa, que presentaba un calor bastante pobre, y que por lo tanto, era necesario que “el Gabino Barrera de los chucho”, como el maestro Tacho bautizara a su perro, interviniera; Hernán opinó que sería “como si la Princesa de Mónaco tuviera un romance con el maestro Tacho”. 

—Ve —dijo mi compadre—, llevate a la Princesa aunque ese chucho no sea de su categoría, pero ésta es la última vez que le vamo a busca’ novio a la Princesa; si ese chucho degenerado del maestro Tacho no la puede montar, simplemente le voy a cambia’ de nombre, en lugar de Princesa se va llama’ “Príncipe”. 

En cuanto la Princesa entró en calor se la llevé al maestro Tacho, quien comentó en cuanto la vio: 

—Mmm, ‘ta clasuda. 

Enseguida sacó el palillo que traía entre los dientes y caminó hasta donde se encontraba amarrado el Sancho y lo comenzó a desamarrar mientras decía: 

—‘Ora sí jodido, hasta que te vas a agarra’ una con zapatos, ahí lo mirás si me dejás en mal, ¿viste? —continuó—; por eso te di doble ración de tortilla, y tu punchi con dos yema de huevo todas las mañana, pa’ que no me dejés en mal, así que, ¡atascate ahora que hay lodo! 

Con estas palabras soltó al perro; en cuanto se vio libre salió corriendo tras la Princesa, que iba adelante en una carrera que se prolongó más de diez minutos. Tuve que dejar el taller del maestro Tacho, quien se comprometió a llevarme a la perra en cuanto estuviera cargada, dijo: 

—Váyase usté tranquilo doctor, el Sancho está bien aceitadito; en cuanto alcance a la chucha, le va a arregla’ su asunto en menos de lo que canta un gallo; lo único que vo’a queré, es que los cola tunca de la camada me queden pa’ iniciá una nueva raza de puro chucho cabrón, y el Sancho va a se’ el gran semental del “criadero Gabino Barrera”. 

—Te podés quedá con todos los chucho que tenga la Princesa, lo único que queremo es que el Sancho le quite lo virtuosa a la chucha. 

—Es un hecho —contestó muy seguro Tacho—, en la tardecita le paso dejando a su perra. 

Como a las siete de la noche estaba en mi farmacia, cuando se apareció Tacho y traía al Sancho en brazos, éste venía sangrando abundantemente, por lo que me dijo: 

—Doctor, atienda’sté al anemio este —dijo Tacho, al tiempo que depositaba al Sancho en mi mesa de exploración. 

—Pocas veces he visto una madriza como la que le dio esa chucha desgraciada al pobre Sancho —dijo Tacho. 

Con la revisión, me di cuenta que casi todas sus heridas eran superficiales y no eran peligrosas, excepto una muy grande en la piel del escroto, ahí merito donde se localizan los coyoles, tejido que había sido arrancado casi desde su base. 

—Tacho —le dije—, no te quiero preocupar pero no encuentro ninguno de los dos testículos. 

—¡‘Uta! —exclamó—, entonces no era chicle bomba lo que estaba masticando esa chucha desgraciada, cruza de Tichanila con Cadejo. 

La Princesa nunca se cruzó, después de aquel incidente ya nadie se atrevió a buscarle novio; seis meses después visité al Tacho en su taller y le pregunté por el Sancho: 

—Por ahí anda —dijo Tacho—, andamo muy ocupados, ya formamo una asociación civil que se llama “En busca de un huevo”; creo que el Sancho se quiere suicidar: no quiere comer después de la desgüevada que le dieron, se pasa el día mirando su parte y de pronto se le chispan las lágrima; pero ya hablé con él, le dije que a todo se acostumbra uno, menos a no comer, así que es mejor que coma ya que las penas con pan son menos. Aquí entre nos, se lo digo por experiencia. 

—Tacho, ¿‘tas capón vos? —pregunté con un poco de pena. 

—No doctor, ‘toy chiclán que no es lo mismo —dijo el Tacho con mucho orgullo—, capón este compa... 

Señaló al perro mientras lo acariciaba y con un tono cariñoso y compasivo le dijo: 

—Ve, a todo hay que verle el lado bueno; ahora que no tenés huevo vas a engorda’, ya no vas a anda’ de pelionero, te vo’a da’ tu punchi de vez en cuando aunque ya no lo necesités, y ya no te vas a llamá Sancho, ¿viste?, ahora te vamo a deci’ Violeta o Capullo, ahí escogés vos el nombre que te guste.

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