lunes, 19 de noviembre de 2012

6. EL MAPECHIAPA

De pequeño, mi primo Tono tuvo problemas con la vista, él era el único alumno de la Escuela Ángel Pola Moreno que usaba lentes, razón por la que coleccionaba una gran cantidad de apodos que iban desde: choco, cuatrojos a pochoroco; algunos le empezaron a decir Pichirilo, pero el apodo más consistente era Mapechiapa, ya que tenía un lunar rojo en la sien izquierda, que aseguraban algunos, tenía la forma del mapa de nuestro estado, incluso con la Sierra Madre en relieve. 

Mi primo fue un niño feliz, como lo éramos casi todos en el Villaflores de los años cincuenta, hasta que en un lamentable accidente murió su mamá, quedando huérfano a los doce años de edad. Este acontecimiento marcó su existencia para siempre, el pueblo entero lo adoptó y gozaba del afecto general; yo le tengo un gran cariño, pues compartimos muchas anécdotas y vivencias. 

Una característica de este personaje es que cuando llegaba a algún lugar, sin importarle de lo que se estuviera hablando, inmediatamente se metía en la conversación con el tema que trajera en la mente, valiéndole madre todo lo demás; así que en una ocasión, a nadie le sorprendió que el Mapechiapa entrara al restaurante donde estábamos cenando tacos, e interrumpiera la conversación diciendo: 

—¿Qué creen?, por poco atropello a un chucho de raza dálmata, que se parecía mucho a uno que tuve hace tiempo, ¿verdá Enrique? —yo asentí con un movimiento de cabeza. 

A mi primo le encantaba ponerme de testigo de sus relatos, y como los de todo buen frailescano, éstos rebosaban de fantasía e ingenio. El Mapechiapa continuó: 

—¡Ah, qué bonita historia! 

Se sentó a mi lado, y al instante se abalanzó sobre el último taco que quedaba en mi plato, mismo que yo estaba guardando para el gran final; lo copetió de repollo y como si fuera un gran director de orquesta moviendo su batuta, agarró el taco y con gran destreza se lo metió a la boca, donde se perdió como un avión en el Triángulo de las Bermudas; después se apoderó del plato y con el dedo pulgar juntó en el borde lo que quedaba de repollo y chirmol, empinándolo como si fuera una gran hostia se lo puso en la boca, y con un gran sorbo se lo despachó. 

Lentamente puso el plato en la mesa como un obispo oficiando misa, me quedó viendo y cuando pensé que comenzaría a hablar en latín, dijo: 

—Primo, no te preocupés, ya te pedí otra orden de taco pa’ vos solito. 

—Qué bueno, porque ya estabas en el primer lugar de la lista de los que voy a morde’, cuando me joda un chucho que tenga rabia. 

—¡Qué historia! —volvió a repetir, mientras Toni Macías y el Archiduque de Coss se acomodaban en sus sillas, esperando el relato que amenazaba llegar en cualquier momento. 

—Pues van a ve’, hace algunos años fui de vacaciones al Distrito Federal, en mi Studebaker color blanco- refrigerador a visitar a la familia, ¿verdá Enrique? 

—Mmm-jú —pujé. 

—Oí —comentó Toni—, no me quedó claro si fue carro o refrigerador en lo que te fuiste pa’ México. 

—¡Claro que era carro! —Aclaró—, en la factura dice que el color oficial del Studebaker es blanco- refrigerador, pero ve, no me volvás a interrumpi’ porque mi lengua pierde ritmo. 

—¡No! —protestó el Archiduque—, tu lengua pierde ritmo por el cervezaje que has estado tomando desde el medio día. 

—¡Pecata minuta! —contestó el Mapechiapa, y todos nos quedamos en silencio porque no supimos qué jodido nos dijo. 

—Pues bien —reanudó la historia—, como iba diciendo, estuve en la Ciudad de México una semana, y justo el día que tenía planeado el regreso en mi Studebaker color blanco-refrigerador, recibí una llamada de una tía que vivía en la colonia Jardín Balbuena, ¿verdá Enrique? 

—¡Mmm-jú! —dije de nuevo. 

—Me dijo: “mirá hijito, vení por un chucho que te quiero regala’ pa’ que te lo llevés a Villaflores”; efectivamente, fui por el cachorro y lo traje a mi casa. Dijo esto y continuó: 

—Como ustedes saben, hace un tiempo pedí por correspondencia el curso de Tensión dinámica que utiliza Charles Atlas, porque yo no quiero ser un alfeñique como mi primo aquí presente, ¿verdá, Enrique? 

—¡Ah pue’! —protesté—, está bien que me vas a invita’ mis taco, pero si me vas a esta’ jodiendo, ya no voy a puja’ cuando digás otra mentira, ¿viste? 

—¡Pecata minuta! —Volvió a decir el Mapechiapa, continuando el relato—, pues sucede que se equivocaron los que envían los curso, y en lugar del de Tensión dinámica, me mandaron uno que se llama “Educa a tu chucho”, por lo que en este momento, y en este pueblo, no existe nadie que sepa tanto de chuchos como yo, ¿verdá, Enrique? Me quedé callado y mi primo me amenazó: 

—O pujás, o me vuelvo a come’ tus taco. 

—Mirá, voy a puja’ tres veces seguidas —dije—, a ver si así me dejás en paz mientras ceno. 

—No importa —exclamó y siguió con la historia—. Lo importante fue que el chucho que me regalaron era muy inteligente, y con mis profundos conocimientos sobre los chucho, le pude enseña’, entre otras cosas, a sumar, dividir y multiplicar. El hijo de un mi vecino salía a jugar con mi chucho y se hicieron inseparables amigos, al grado que el chamaquito se llevaba al perro con él cuando iba a la escuela. 

—Y ¿qué pasó después? —le preguntaron. 

—No lo van a cree’, pero el papá del niño se encabronó conmigo, porque su hijo reprobó el año y el chucho sí pasó, ¿verdá, Enrique? 

—Ve primo, agarráte uno de los tres pujidos que te regalé, porque ahora sí te pasaste de rosca. Al Mapechiapa que le encantaba el protagonismo, en ese momento ya tenía bastante público y era dueño de la escena. 

—¿Y cómo se llamaba tu chucho? —preguntó el Archiduque. 

Por primera vez, durante toda la plática, el Mapechiapa perdió el aplomo y algo parecido a la tristeza asomó por su rostro. Guardó silencio. 

Toni. 

—¿Qué le pasó a tu chucho, pue’ primo? —insistió —Se perdió...este desgraciado del Enrique tuvo la culpa. 

—¡Ve, qué ya yo! —respondí. 

—¡Si pue’, vos tuviste la culpa, no sé en qué momento se me ocurrió invitarte a ser padrino de nombre de mi chucho. 

—Pero si le puse un nombre bonito, chiquito, sonoro, popular y querido por todos —dije. 

—Nomás a vos se te puede ocurrir ponerle Jonís como nombre a un chucho. 

—¿¡Qué burro!? ¡Jonís!, ¡qué buen nombre! —dijo el Archiduque. 

—¡Qué buen nombre ni que nada! —comentó mi primo—. El día que se perdió, salí a la calle y le pregunté a mi vecina, si no había visto a mi chucho, la cabrona empezó a gritar como loca a media calle: 

—¡Oigan! ¿Alguno de ustedes ha visto el Jonís de Tono? ¡El Tonito ya perdió el Jonís! 

—Preferí que se perdiera el chucho y que no me siguiera desprestigiando. 

—Tenés razón —comentó Toni Macías—, más vale 

que se pierda el chucho con tal que tu reputación quede limpia. 

—Ve pue’, ya van a empeza’ a jode’, mejor me voy porque cada que me acuerdo del Jonís me pongo triste, ¡ahí nos vemo! 

Se fue el Mapechiapa, y los que nos quedamos en la mesa estuvimos un buen rato cavilando en lo triste que fue para el Mapechiapa perder su Jonís. 

—Llegó mi orden de tacos y me preguntó el mesero. 

—¿Qué va a toma’? 

—Traeme una “Tecate minuta”, como dice el Mapechiapa.

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