—Quisiera yo que mi nieto fuera monigote —expresaba mi abuela María Cruz Flores, en lugar de “monaguillo”, que era lo que realmente quería decir.
Mi abuelo, don Billo, que trataba de complacerla en todo lo que se pudiera, fue a hablar con el sacerdote del pueblo, el Padre Roberto de Jesús Trejo de quien era muy amigo, y después me dijo:
—El señor cura dice que vayás a verlo. En cuanto me vi ante él no supe qué decir, así que el
padre Roberto me quedó mirando fijamente y dijo: —Bienvenido a tu casa, Quique.
En realidad, no éramos muchos los chamaquitos que nos atrevíamos a acercarnos un poco a la iglesia, después claro está, de rendirle tributo al Matzumón o al río Pando, que para nosotros era prioridad número uno.
Empezar a participar en las actividades de los acólitos fue casi automático; aprendí todas las contestaciones que se decían en la misa que era en latín, repitiendo las palabras como loro. Dos meses después, llegó el Archiduque de Coss, con quien hice una excelente pareja en las prácticas deportivas que el Padre Roberto organizaba, como parte de la diversión para los monaguillos.
En el futbolito de mesa éramos tan buenos, que únicamente el padre y Carmelo el sacristán lograban vencernos de vez en cuando; participé también en un torneo relámpago de boxeo que organizó el sacerdote; un día que llegó a sus manos un juego de guantes de box se me quedó viendo y dijo:
—A ver Enrique, ven pa’cá.
Después de ponerme los guantes, volteó a mirar a los demás, y escogió como mi oponente al más rasquita de todos los que estaban allí. En seguida anunció:
—¡Pelearáaan un rato!, en eeeeesta esquina —y me alzó la mano— el Ratón Macías, y en ésta otra Kid Sopapo —luego dijo haciéndola de campanero —, ¡talán, talán!
Alcancé a ver que se me venía encima el Kid Sopapo; el miedo y el instinto de conservación me hicieron estirar el brazo izquierdo. En mi guante se estrelló la nariz del Sopapo, nariz que de por sí ya estaba bastante chueca y averiada. Ante la sorpresa de todos y más mía, el Kid Sopapo estaba en el suelo, y el padre le contaba:
—Tres... cuatro... cinco...
Cuando llegó a siete mi adversario se levantó; en sus ojos se reflejaba la furia y en su nariz la sangre.
Volvió a tirarse encima de mí y nuevamente se enganchó el guante izquierdo, que lleno de pánico puse frente a mí como defensa; volvió a caer, el sacerdote intervino parando la pelea y declaró ganador al Ratón Macías.
Como resultado de la pelea estuve escondiéndome como dos meses porque Kid Sopapo se quería desquitar a como diera lugar, hasta que tuve que recurrir a mi arma secreta: mi pariente La Rana.
Lo buscaba como último recurso, ya que La Rana era lo más parecido a tener pacto con la mafia siciliana; cuando le comenté mi problema me dijo:
—No te preocupés por ese amigo, le vo’a hacé una oferta que no va a podé rechazá.
—¿Cuál es? —le pregunté.
—Le vo’a da’ que escoja entre: una catarata de chingadazos o un popurrí de cachetadas.
Efectivamente, el Kid Sopapo dejó de molestarme ya que La Rana tenía fama, bien ganada, como peleador callejero. Una tarde lluviosa, charlando con el Archiduque y La Rana en el atrio de la iglesia, brotó el comentario de lo bonitas que estaban las actividades que el Padre Roberto programaba para nosotros.
—Bueno Enrique —dijo La Rana—, ya es tiempo que me pagués el favor que te hice.
—¿Qué querés? —pregunté. —Yo también quiero se’ alcohólico como ustedes. —¿Vos primo?,pero si estás como a medio centímetro
de que te “descomulguen”. —No le hace, ¿o querés que le diga al Kid Sopapo
que le vas a da’ la revancha, y que andás diciendo que con una sola mano lo jodiste?
—¡Ve, no es pa’ tanto, viejazo!; pero te advierto, yo te vo’a pone’ al padre y vos le vas a tene’ que hablá, ¿viste?
—¿Y qué le digo?
—Decile —intervino el Archiduque—: Padre, ¡quiero ser acólito, quiero estar cerca de Dios!
—Si eso es todo, ya es mío el “alcoholicato” —dijo La Rana, a quien le gustaba inventar sus propias palabras.
Cuando vimos al sacerdote, ya eran como las seis de la tarde y llovía con fuerza.
—¿Qué pasa muchachos? —nos dijo.
—Pues aquí mi pariente, que quiere pedirle algo padre —intervine.
—¿Qué hay Ranita? —preguntó.
—Padre —dijo sin más preámbulo—, ¡quiero ser alcohólico, quiero estar cerca de Dios!
En el momento que terminó de decir la palabra “Dios”, se le salió el pedo más sonoro que había oído en mucho tiempo; a todos nos tomó por sorpresa y en aquel mismo instante se oyó también el fuerte sonido de un rayo.
El cura juntó sus manos, y dijo:
—Ante tu petición, adornada por ese espectacular pedo y la respuesta inmediata y generosa del Jefe, te declaro desde este momento, “acólito de la parroquia”.
Al salir íbamos contentos comentando el incidente, cuando preguntó La Rana:
—Oí primo, ¿cómo es la cosa, acólito o alcohólico?
—Mirá Rana —contesto el Archiduque—, ahora es acólito, pero dentro de algunos añito seguramente vas a se’ “alcohólico”, y te vas a aventar más pedos que el que te tiraste ahorita.
—¡Amén! —contestó la Rana.
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