lunes, 19 de noviembre de 2012

24. SANTACLOS

—Papá, ¿quién es Santaclós? —me preguntó a boca de jarro, mi hijo Wili, en cuanto tuvo uso de razón. 

—¿Santaclós? —repetí—, ¿Santaclós?... Humm, Santaclós es un señor gordo, que se viste de rojo y que le da regalos a los chamacos que se portan de regular a bien. 

—¿Es el señor gordo que vino ayer? —preguntó de nuevo. 

—No —le contesté—, ése es tu tío Jaime que anda disfrazado de deportista con sus pants colorados; Santaclós viene una vez al año, cada veinticuatro de diciembre. Este año, la que envíes será la primera carta que le escribas tú mismo pidiendo los regalos que desees; solamente ten en cuenta que Santa le trae regalos a todos los niños que se portan bien, pero este año, me reportaron que anda medio jodido económicamente, así que no te mandés mucho, ¿viste? 

—Sí papá, desde mañana empiezo a hacer mi carta. Y le respondí: —Oí, apenas estamos en abril chaparrito, ¿no se te hace un poco temprano para eso?, pero para lo que no es temprano, es pa’ que empecés a portarte bien, y así tu mamá te dé la carta de buena conducta que pide como requisito Santaclós para programar los regalos. 

Wili me preguntó: —¿Me podrías dar la carta de buena conducta tú, papá? 

Le contesté: 

—Yo creo que no hijo, la última vez que di una carta, Santa me pidió una a mí también. 

—Lástima —me dijo—, si no me arreglo contigo voy a tener que pedírsela a mi abuelita. 

Se fue a empezar la carta, y dentro de mí comenzó a germinar la idea de que mi hijo podría ser un buen político cuando fuera mayor. 

Esa tarde escuché el diálogo que Wili sostuvo con Dora Celina, mientras lavaba ropa en la azotea de la casa: 

—¿Qué haces mamá? —preguntó mi hijo. —Estoy lavando ropa, ¿no lo ves? —¿Y tu lavadora? —preguntó de nuevo Wili. —Se descompuso y tu papá no me ha comprado otra como prometió —contestó Dora Celina. 

Wili me quedó viendo con algo de reproche, y añadió: 

—Cuando sea grande, te voy a comprar una gran lavadora, ¿viste mamá? 

Vi que Dora Celina abrazaba a nuestro hijo y hasta me pareció que tenía lágrimas en los ojos cuando decía: 

—Gracias mi amor, no esperaba menos de ti. Wili volteó a verme haciéndome un guiño y pensé: —Este cobardo se acaba de ganar la carta de recomendación para Santaclós. Además con eso me confirmó que tenía definitivamente, pasta de político. Lo que acababa de suceder era una verdadera promesa de campaña. Días después del ofrecimiento de hijo a madre, una tarde Dora Celina le ordenó a Wili que dejara de ver la televisión e hiciera la tarea escolar; le repitió la orden un par de veces más, al no obedecerla lo regañó y le dio una nalgada; Wili se levantó muy contrariado, volteó a ver a su madre y apuntándole con el dedo índice, preguntó: 

—¿Y así quieres que te compre tu lavadora? 

—Papá —me dijo—, ¿tú crees que Santa me aceptaría una carta de buena conducta de mi abuelita? 

La carta a Santa fue sufriendo transformaciones con el paso de los meses y para finales de noviembre ya estaba casi terminada, por lo que Dora Celina le pidió a Wili que la pasara en limpio, pues tenía manchas de: jugo de carne, mango, bolis de cacahuate, mole, uno que otro arroz, Kaopectate y Pepto-Bismol, además de otras cosas de dudosa procedencia. 

Cuando al fin estuvo terminada, decía: 

Querido santaclós: me porté bien todo el año, quiero que me traigas un transformer un tiranosaurio recs, una abalancha, patines dulses chicles y chocolates. (...) Te mando una carta de vuena conducta de mi aguelita porque mi mama esta labando ropa porque mi papa todabia no le compra su labadora. Ojala le puedes traer una, aunque ella no se a portado muy vien conmigo. 

Y así me entregó la carta con una recomendación: 

—Papá, ¿me prometes que le vas a mandar a tiempo mi carta a Santaclós al Polo Norte, o a donde se encuentre? —continuó con énfasis—, ¿no se te va a olvidar como pasa todo el tiempo? 

—Tuve en mi poder la carta a Santaclós, a principios de diciembre. Venia en un sobre rotulado así: 

Santaclós Y más abajo, puso: Polo Norte 

—¿Y cómo sabés que Santa se encuentra en el Polo Norte? —pensé aprovechar el momento para darle una lección de geografía— A lo mejor está en el Polo Sur. 

Wili desde pequeño fue muy práctico, me miró fijamente, estiró su manita pidiéndome la carta, sacó un lápiz con borrador, quitó la palabra norte, y le añadió una “s” a la palabra polo; ahí mismo le dije adiós a la lección de geografía, y aunque supe que no tenía buena ortografía, conocía la diferencia entre singular y plural. 

—Bueno papá —me dijo entregándome el sobre—, aquí está, adentro va también la carta de buena conducta que me hizo mi abuelita Nena (así le llaman a mi mamá todos sus nietos); espero que no se te olvide mandarla —me volvió a decir. 

En ese instante temí haberle causado un daño psicológico a mi hijo con mis frecuentes promesas incumplidas, tomé nota de llevarlo con un psicólogo, pero decidí posponerlo hasta que tuviera más traumas, con el fin de que valiera la pena la inversión; por el momento, pensaba sacarme la espina enviando la carta a tiempo para que mi hijo recibiera sus regalos. Por lo tanto, metí el sobre en la bolsa de mi camisa entre la bola de papeles que siempre cargaba. 

Llegó así el veinticuatro de diciembre en la mañana, y nos preparábamos para celebrar la Navidad en familia. 

Justamente en el momento que pasaba mi hijo, me incliné para recoger algo y cayó al suelo todo lo que traía en la bolsa de mi camisa. Wili se agachó a recoger plumas y papeles, y súbitamente descubrió la bendita carta que nunca envié a su destino; me quedé frío esperando su reacción porque sostenía el sobre en su mano y me miraba fijamente, mi hijo salió corriendo rápidamente, y pensé: 

—De seguro me fue a acusar con su mamá. 

Me estaba haciendo el propósito de buscar un psicólogo que nos atendiera a los dos al día siguiente cuando lo vi regresar. Venía abriendo la carta, y traía su lápiz con borrador entre los dientes. Se sentó en la mesa y con letras mayúsculas le añadió “y una bicicleta azul”. 

En la tarde de aquel día cuentan los que lo vieron, que “Santa” se paseaba por todas las tiendas de Tapachula bien bravo, y entre dientes mascullaba: 

—¡Me lleva la fregada, además una bicicleta, y azul, to’avía!”

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