Ulises Samperio Corzo ilustre abogado de la Frailesca, nació en uno de tantos ranchos agrícolas y ganaderos del municipio de Parral. Estudió en la ciudad de San Cristóbal de las Casas, en la Escuela de Derecho, ahora Facultad, institución que goza de extraordinario prestigio. Como estudiante tuvo bastante éxito, debido principalmente al copioso aprovisionamiento de quesos que la familia le hacía llegar oportunamente, sobre todo en los períodos de exámenes.
Muchos profesores le tuvieron aprecio por su buen desempeño académico, además de que era un tipo bastante sociable y amiguero. Cuando terminó la carrera trabajó un tiempo en Villaflores, luego se trasladó a Tuxtla Gutiérrez, donde puso su despacho y se dedicó a trabajar y a hacer paga a lo bestia.
Se casó con una muchacha villaflorense de pura cepa, y como dicen los abuelos, ahí se halló a su mera madre; sin embargo, Ulises pertenecía al club de los Coyol sin juicio, y no dejaba una fémina ni para comadre.
Algunas cualidades que le gustaba presumir al licenciado, eran: su cultura, el manejo adecuado del idioma español y la jerga legal. En una ocasión, su mujer lo encontró en pleno romance con una vecina y al verlo exclamó:
—¡Samperio! —como le llamaba ella—, ¡estoy sorprendida!
El licenciado Samperio aun en paños menores y sobreponiéndose al nerviosismo, respondió tajante:
—¡Momento, no te equivoques! ¡El sorprendido soy yo, tú, estás estupefacta!
Su mujer le perdonó el desliz, pero lo tuvo con la cola pisada un tiempo; como bien dice el refrán, gallina que come pico, ni aunque le quemen el huevo, o viceversa, el licenciado continuó con sus aventuras amorosas para desconsuelo y sufrimiento de su señora doña Galdina, hasta que un día la mujer estalló en cólera.
—¡Yaestuvobuenove,hastaaquímetenés!—señaló con el dedo índice la parte más alta de su cabeza—, sos la viva mentira, empezando por tu nombre; nada tenés que ver con el héroe griego, ese tal Ulises del que tan orgulloso te sentís; tampoco sos santo como dice tu apellido, ni existe ningún santo que se llame “Perio”; y por último, en la Frailesca sos el único Corzo prieto, chaparro y con harta grasa, parecés tasajo asoliado; todos los Corzo son altos y güeros, menos vos.
En ese momento, doña Galdina cometió el error que lamentaría toda su vida, pronunció la palabra que nunca debió haber dicho: divorcio.
—Ve, Tasajo asoliado —ya estaba estrenando apodo el licenciado—, me quiero divorcia’.
Ulises Samperio aguantó impertérrito los insultos que le mandó doña Galdina, y en el momento adecuado contraatacó:
—Mi querida consorte —dijo—, tengo que reconocer que te asiste la razón y declaro, mea culpa —a Ulises le encantaba usar latinajos en su vocabulario cotidiano, cosa que disgustaba a su esposa, o consorte, como él le llamaba.
—Ve, a mí no me hablés en inglés, ¿viste?
—Quiero que sepas —prosiguió el Tasajo asoliado—, que estoy de acuerdo totalmente con tu deseo de separarte de mí, por lo que no voy a oponerme, incluso le voy a pedir a un colega que sea tu abogado en este proceso, que será rápido y expedito por no existir controversia alguna.
Galdina se descontroló un poco, puesto que esperaba una negativa rotunda de parte de Samperio, pero respondió sintiéndose todavía, dueña de la situación.
—¡Ah, pero eso sí!, me tenés que asignar harta paga mensualmente, pa’ que tus hijos y yo vivamos como siempre, ¿viste?
—Naturalmente —contestó Ulises—, por dinero no van a padecer.
—¡Ah, pero eso sí! —de nuevo doña Galdina—, esta casa nos queda a nosotros y vos te largás de aquí.
—No sólo eso —dijo el brillante abogado—, también les daré otras dos casas, para que cuando los muchachos se casen tengan dónde vivir.
La doña ya estaba preocupada por el giro que estaba tomando el asunto, pero insistió en darle otra vuelta a la tuerca.
—¡Ah, pero eso sí!, me vas a cambia’ mi carro por otro, porque el que uso ya no tiene tufo a nuevo.
—Está bien, accedo a tus peticiones —aseveró
Ulises Galdina ya no sabía qué hacer, y optó por jugar su última carta.
—¡Ah, pero eso sí!, mis hijos se van conmigo y no los vas a volve’ a mira’ —bien sabía que el licenciado quería entrañablemente a sus dos hijos.
Ulises Samperio, como el buen jugador de naipes que era, también echó el resto de la apuesta diciendo por primera y única vez una grosería:
—¡Claro que se van contigo, yo para qué quiero a esos hijos de su pinche madre! —y remató— Magister dixit. Después de eso, Doña Galdina no volvió a mencionar la palabra “divorcio” jamás, permitiéndole al licenciado Samperio que tuviera una sola querida, razón por la que le regaló al licenciado un CD, donde la marimba La Reyna
Frailescana tocaba esa canción de Juan Gabriel.
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